Si el mundo fuese una naranja nosotros viviríamos en la corteza. Un poquito por arriba solo se puede ser astronauta, y un poquito por abajo o minero o buzo. Necesitamos además que la temperatura se mantenga más bien fresquita: nuestros veranos de 40 grados centígrados están mucho más cerca del 0 absoluto que de los miles de grados que se alcanzan en estrellas como nuestro Sol. Es asombroso que podamos vivir tranquilamente en unas condiciones cósmicas tan precarias. Pero lo más sorprendente es que a pesar de conocer perfectamente estas debilidades sigamos siendo tan chulos.
Nuestras autoridades se creen que lo tienen todo bajo control, hacen planes, manejan millones, dirigen ejércitos de funcionarios, promulgan toneladas de leyes… pero se desesperan en cuanto llega una buena nevada. Llueve un poco, o se desatan los vientos y se enrabietan como crios para que creamos que aquí mandan ellos. Pero no mandan, no. Y lo saben. Después de la revolución médica, y después de manipular chapuceramente el inicio y el fin de la vida con el aborto y la eutanasia, la meteorología es la siguiente frontera que se han propuesto derribar. Los políticos panteístas, cegados por una soberbia inaudita, no quieren admitir que los seres humanos podamos estar a merced de algo que no sea nuestra pura voluntad relativista.
Pues bien. Ojalá que consigan limpiar de nieve todas las carreteras. No deseo mal a nadie. Pero permitan que me ría de los presidentes y consejeros cada vez que hablan de la furia de los elementos como si fuera la de algún terrorista que aún no hubiera sido encarcelado.
Jerónimo Erro