La palabra vergüenza resulta insulsa e inútil cuando se estudia la trayectoria de unas instituciones históricas que nacieron agitando la bandera roja de la justicia social y agonizan ahora agitando como máximo esfuerzo una cucharilla de plata en un hotel de lujo. ¿Pero qué se podía esperar de aquella filantropía materialista? ¿Por qué razón habría de ser generoso y sacrificado el revolucionario después de su triunfo? "Yo tengo un amigo sindicalista" decian antes los que presumen ahora de tener amigos homosexuales. Y es que ya no tiene ningún merito ser sindicalista. La épica del "compañeros a las barricadas" ha muerto. Ahora ser sindicalista liberado es vivir a papo de rey, a costa del erario público, y todos iguales, pero unos más iguales que otros, como los cerdos de Orwell. Todavía conviene mucho ser su amigo, naturalmente, pero sobretodo conviene que no se enfaden con uno. ¡Qué pena me dan los auténticos sindicalistas! Lo que deben de estar sufriendo.
Jerónimo Erro