La improvisación, los bandazos, la inseguridad… esa es una de las pequeñas pegas inseparables de nuestro sistema político. Los partidos políticos, no solo porque unas veces mandan y otras no, sino porque incluso ellos mismos no se aclaran ni tienen demasiadas ideas fijas, cambian de criterio con demasiada facilidad. Siempre he sido enemigo de la planificación excesiva, porque suena a ingeniería social y a tiranía socialista pero soy muy partidario del gobierno estable y tranquilo; de una administración sin prisa que funcione con coherencia, como un río bien encauzado. La noticia del cambio en la ley antitabaco es una anécdota para el político enmoquetado, pero para el pequeño hostelero que ha tenido que construir una "pecera" para cumplir la primera ley antitabaco es una faena. En el campo educativo no digamos, aunque ahí las reformas tienen casi siempre un mismo sentido coherente: a peor. Todas estas deficiencias tienen su origen en un sistema electoralista en el que a los políticos les resulta muy difícil deslindar el gobierno de la captación de votos, el sentido de la responsabilidad de la demagogia. Lo que realmente está reclamando nuevos cambios es el mismo sistema.