Es una gran cosa el calendario. Eso de que todos juntos seamos capaces de ponernos de acuerdo en las fiestas y en las ferias, en los ocios y los negocios. Un buen calendario nos une más como sociedad. Un calendario débil, o sin sentido, nos mete en cambio a cada uno en casa y nos hace individualistas a más no poder. El día en que no estemos de acuerdo en celebrar como se merecen los días festivos habremos muerto como sociedad y apenas permaneceremos unidos por mera yuxtaposición, igual que se juntan las piedras en un canchal. Hubo un tiempo, en la vieja europa cristiana, en el que casi uno de cada tres días era festivo. Había tantas cosas que celebrar… aquello eran como los cumpleaños de una familia numerosa. Ahora en cambio no nos quedan mas que cuatro pobres fiestas legales lo que significa que somos más pobres en lo común aunque seamos más ricos en lo propio. Y encima somos capaces hasta de jugar con las fechas de la fiesta sin la menor ceremonia, para construir puentes evasivos o para vaguear sin celebraciones. Si supiéramos todo lo que se pierde cuando se pierde una fiesta. ¡Salvemos las fiestas! Celebrémoslas diferenciando unas de otras, comiendo roscón en Reyes o bailando en San Fermín, visitando el cementerio el día de los Fieles Difuntos o la ermita del pueblo en el mes de mayo. El calendario es nuestra propia historia, el latido vital de cualquier comunidad de seres humanos, la forma concreta en la que se nos ofrece la posibilidad de amar al prójimo.