Esta costumbre perseverante y tediosa de numerar las vueltas que da nuestro planeta alrededor del Sol, año tras año, un siglo tras otro, sin perder el compás, es una de esas cosas que hace admirable no a cada hombre sino a la humanidad en su conjunto. Porque indica que a pesar de todo somos capaces de considerar el valor de los años pasados y no quisiéramos que se olvidaran sin siquiera numerarlos. Indica además que a pesar de todo los hombres no perdemos la esperanza en los años -o peldaños- venideros, como si fuéramos caminando inconscientemente hacia alguna meta cronológica desde la cual toda nuestra historia será vista no como un avance, sino como una gigantesca cuenta atrás.
Mientras tanto nos preguntamos: ¿Cómo será el 2009? La pregunta es un poco tonta si es que esperamos que ocurra algún cambio repentino por culpa de un número en la cabecera del calendario. Son otras cosas las que cambian o cambiaron. Cosas profundas como los epicentros de los terremotos. Son cosas que han dado lugar a cambios encadenados, sutiles y delicados. Cosas que echan raíces o que apuntan a lo alto buscando la luz pero que nos cambian poco a poco como a las plantas, que nos hacen crecer sigilosos como una enredadera, o escurrirnos lentos como una gota de miel, a una velocidad tan baja que no nos parece que se pueda llamar velocidad. Las cosas que cambian de verdad son muy pocas y tienen más que ver con el corazón que con los números de la bolsa. Ojalá que todos los cambios que hagamos cada uno en este año que nos deseamos FELIZ, sean suficientemente profundos y vayan en la buena dirección.
Jerónimo Erro