La vuelta al cole no me decepciona: nuevo instituto, nuevos libros, las mismas actividades: debate con tus compañeros, busca en internet y haz un mural que cubra la pared norte del patio. La mejor manera de no rendirse ante la culturilla subvencionada es no callarse. Y a ello vengo dispuesto en este artículo.
Alguna vez he dicho que el abajo firmante trabaja en la enseñanza secundaria. Obligado a hojear un texto de música para 4º de la llamada E.S.O. me encuentro con lo siguiente: la música en la radio, en la tele, en los móviles, música y ordenadores, los medios de grabación y difusión, cine, musicales, rock, pop, etnias, fandangos, el crítico de El País, Buenafuente, la cantante “Bebe”… En un libro de poco más de cien páginas leo un epígrafe titulado “La música clásica” en la página 103, por fin.
La primera consideración de un músico como el que humildamente escribe y que ejerce no sólo en la docencia sino en la práctica, es que desde los mismos planes de estudios, la Música es un disparatado cajón de sastre presidido por el lema de que hay que enganchar a los alumnos con lo más cercano. Lo más cercano a la adolescencia no suele ser lo mejor, cuando no es lo más vulgar. Editar partituras en un ordenador, además de ser algo mecánico y que se aprende fácilmente cuando hay verdadera necesidad, es útil para quien lo necesita, y puedo jurar que he tocado en cientos de actuaciones sin necesitar para nada una pantalla de ordenador.
Ofrecer algo realmente formativo desde un punto de vista humanístico depende hoy exclusivamente de la formación y de las ganas de un profesor de nadar a contracorriente. La formación es débil y la inercia arrecia. Ese absurdo cajón de sastre que son los planes de estudio facilitan a la vulgaridad hacer su septiembre con libros como este. Libros en los que se da primacía a temas absolutamente secundarios en la educación musical. Yo querría que un adolescente se familiarizara con la musica clásica, porque aquí estoy formando a futuros oyentes, que fuera capaz de escuchar un concierto o una ópera, o de cantar una sencilla melodía medieval y descubriera esa otra belleza que la tele o el software, desde luego, no le va a permitir experimentar.
La culturilla progre se ha hecho poderosa porque los que no la adoran han vivido acomplejados. Hemos argumentado mal, diciendo que Bach educa para la paz, la ecología y el respeto sexual. Para empezar, la cultura clásica tiene el aval de haber resistido el paso del tiempo y estas publicaciones mueren el mismo día en que su dueño sale del instituto hecho un ciudadano ejemplar y analfabeto. La culturilla progre, que eleva el pop, el musical y las digresiones sobre la importancia del ordenador a bicoca intelectual, es facilona, barata, vulgar, superficial, redunda en perogrulladas, enseña lo que en buena medida uno aprende sin más que vivir en esta sociedad, no forma en nada profundo, no plantea dificultades a la imaginación y para más inri, es una gilipollez. Pero tenemos lo que nos merecemos.
Javier Horno.