Lenguaje exclusivo (de la realidad)

Alumnes, todes, chiques son ejemplos del morfema –e como significante de un género neutro del habla hispana. Según relata el diario “El País”: “La -e cobró visibilidad durante las manifestaciones multitudinarias a favor de la legalización del aborto en 2018 en Argentina. Arrancó en las escuelas secundarias, el principal motor de esta reivindicación que fue rechazada por el Senado, y se extendió, impulsado por los movimientos feministas y a favor de la diversidad sexual, con una fuerza mayor a la que habían tenido anteriormente el asterisco, la x o la arroba. Los jóvenes e integrantes de la comunidad LGBTIQ+ son los principales abanderados de un cambio que gana terreno en las calles y en las aulas de Buenos Aires”. Esto mencionado no es más que un ejemplo entre tantos que se podrían decir respecto a la aplicación del Lenguaje Inclusivo, pero lo que verdaderamente importante son las ideas filosóficas y sus expresiones políticas que estas generan.

El lenguaje inclusivo no es más que un idiolecto (manera particular que cada individuo tiene de hablar una lengua) propio del progresismo que se amparan en la inclusión. La idea de “Inclusión” debiera ser comprendida no sólo desde la perspectiva biempensante de los pequeños burgueses que buscando un sentido a su vida abrazan cualquier idea novedosa que, además de permitirles calmar sus conciencias, les da la posibilidad de estar a la moda. “Inclusión” es ciertamente un concepto capitalizado por el campo político como herramienta discursiva y de legitimación. Tal es así que el portal oficial de las Naciones Unidas sostiene respecto al lenguaje inclusivo en cuanto al género estrategias para hablar sin confundir “el género gramatical (categoría que se aplica a las palabras), el género como constructo sociocultural (roles, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad determinada en una época determinada considera apropiados para los seres humanos de cada sexo) y el sexo biológico (rasgo biológico propio de los seres vivos)”; tales estrategias son: 1) Evitar expresiones discriminatorias 2) Visibilizar el género cuando lo exija la situación comunicativa 3) No visibilizar el género cuando no lo exija la situación comunicativa.

Véase que en pos de la “Inclusión”, Ignacio Bosque, catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid, sostiene en su ponencia “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer” lo siguiente: “Llama la atención el que sean tantas las personas que creen que los significados de las palabras se deciden en asambleas de notables, y que se negocian y se promulgan como las leyes. Parecen pensar que el sistema lingüístico es una especie de código civil o de la circulación: cada norma tiene su fecha; cada ley se revisa, se negocia o se enmienda en determinada ocasión, sea la elección del indicativo o del subjuntivo, la posición del adjetivo, la concordancia de tiempos o la acepción cuarta de este verbo o aquel sustantivo. Nadie niega que la lengua refleje, especialmente en su léxico, distinciones de naturaleza social, pero es muy discutible que la evolución de su estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de política lingüística”.

Constantemente se observa a guerreros sociales clamar por la evolución lenguajes apelando a falacias típicas de considerar que el tiempo genera por su mero paso un progreso indefinido que el Hombre debe acompañar. La realidad que muchos pequeños progresistas en su supina ignorancia claman por un reconocimiento oficial de la Real Academia Española de su idiolecto y así, mediante la falacia de autoridad, legitimar la imposición que actualmente se intenta desplegar mediante una coacción fuertemente resistida por aquellos que gustan hablar como personas normales; los cambios en el habla son producto de un proceso sostenido en el tiempo y nunca por mandato de un colectivo trasnochado de militantes sin mayores preocupaciones que por cómo un ciudadano usa una vocal. Ciertamente la RAE no es autoridad para establecer cómo se debe hablar en el futuro, sino que describe aquello que la sociedad ya tomó para sí como la forma correcta de expresarse. Tan simple es de entender que de hecho uno difícilmente podría mantener un diálogo fluido con otro hispanohablante de hace dos siglos; el lenguaje muta, pero dicha mutación es propia de un orden espontaneo.

Resulta más que llamativo que aquel espacio que décadas pretéritas estuvo dispuesto a ofender a una sociedad conservadora a través de los escritos de Marcuse, el activismo de Millet, el arte de Warhol o el mercado de PlayBoy, hoy se muestre agraviado porque un simple funcionario diga “hola a todos”. Dicen algunos que el objetivo del lenguaje inclusivo es combatir el machismo visibilizando a la mujer como así también a las minorías sexuales. Según las teorías contemporáneas, el lenguaje es reflejo de una estructura social dominada por un orden heteropatriarcal; de allí se desprende que la utilización de una terminación masculina para englobar un colectivo de hombres o mujeres o el uso común de sustantivos masculinos es reflejo de una sociedad sexista. Podría discutirse que en profesiones tradicionalmente ocupadas por hombres se deba reformular el sentido gramatical, pero igualmente para el español sigue siendo un argumento endeble considerar que la mera terminación de una palabra refleja la pertenencia de un sexo y del otro, tal como si uno hablara de un niño que es una creatura, un hombre que es una bestia, un joven que es víctima. Bien dijera el catedrático de Lengua Española de la Universidad de Salamanca y académico correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española, Julio Borrego, ““La gente suele confundir el género gramatical con el sexo y eso es totalmente erróneo porque son cosas distintas… A un hombre muy feo le podría llamar la bestia y a una mujer muy guapa, el prodigio, y podría decir: la bestia y el prodigio salieron juntos y, curiosamente, estoy concordando un masculino que se refiere a una mujer. No es obligatorio decir la jueza, se puede decir la juez, porque juez puede ser perfectamente femenino. Nada dice en español que los femeninos tengan que terminar en ‘a’, pueden o no, y lo mismo ocurre con los masculinos”.

Ciertamente aquí resulta necesario tener presente el concepto de “violencia simbólica” de Pierre Bourdieu quien dijera que es una violencia “amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento, o más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”. Para complementar lo premencionado debe también tenerse en cuenta la hipótesis de Sapir-Whorf (formulada por Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf); allí se dice que todos los pensamientos teóricos están basados en el lenguaje y que están condicionados por él. Así, cuando uno escucha que la mujer es construcción social debe considerar que quien lo plantea parte de la base que previo al conocimiento científico que determina el criterio de validación de un conocimiento (ej.: la observación de rasgos distintivos). Todo un entramado político se sustenta en la hipótesis de que el lenguaje altera la realidad percibida o, mejor dicho, que el lenguaje es el lente por el cual la mente percibe la realidad, razón por la que, alterando el discurso se construye (o “deconstruye”) tanto al cosmos como al Hombre mismo. Por lo tanto, según lo sustenta el progresismo posmoderno, alterar el lenguaje no sólo es un acto de justicia reparador que incluiría a las minorías en el discurso, sino que la masificación del dialecto implicaría una transformación social. Como buenos utópicos no hay aún ningún progresista que atienda la realidad ya que de ser así observarían algunos datos significativos que contrarían sus promesas idílicas. Existen desde hace siglos sociedades cuyo idioma posee un género tipográfico neutro; de hecho y según resumiera una editorial del prestigioso diario “La Nación” se sabe que “Los angloparlantes le prestan muy poca atención a la distinción de género en su gramática y han usado el género neutro durante cientos de años… las lenguas ugrofinesas, donde el húngaro, el finlandés y el estonio están entre las más destacadas, no distinguen entre masculino y femenino, sino entre animado e inanimado… En la lengua vasca, que se habla principalmente en Euskal Herria, se utiliza un orden neutro de las palabras… la lengua quechua, de los pueblos originarios de los Andes centrales, en América del Sur, no distingue con pronombres entre mujeres y hombres, sino que usa sufijos, pero no de género”. En este punto resulta interesante observar que sociedades como la turca o las infinidades de comunidades africanas también gozan de un “lenguaje neutro”, donde no sería necesario un colectivo de trasnochado exhibiendo la opresión que les genera una simple vocal, sin embargo, es dicha regiones donde mayor asimetría de poder se observa entre hombres y mujeres. Lo que importa entonces es que la realidad misma expone que la predicción progresista es una farsa; suponiendo que la igualdad fuese un valor deseable por una comunidad, lo cierto es que la desigualdad no se modifica con un lenguaje neutro que no favorece a la violencia simbólica.

Resulta increíble que se destinen recursos del erario público para la imposición de lo que, si fuera una ficción orwelliana, se diría que es una “neolengua”, la forma más tiránica de dominar el pensamiento y hacer inviables otras formas de pensar contrarias al régimen (lo tal como se dijera en 1984, aparece el «crimen del pensamiento», «crimental» o «ideadelito/ideacrimen»); sin embargo la realidad siempre supera a la ficción y si no vea uno cómo se persigue a la disidencia en nombre del “discurso del odio”. Por eso, y para entender qué hay detrás del lenguaje inclusivo, uno debería hacer un repaso histórico antes de concluir que simplemente es un invento de progresistas sin oficio honesto alguno. La Lingvo Internacia, lengua internacional, fue un experimento de imponer un lenguaje planificado internacional conocido como “esperanto”. El armado de dicha Torre de Babel pretendía ser una lengua internacional de inclusión absoluta donde ya no hubiese separación alguna entre los pueblos dado que compartirían uno de los 3 elementos esenciales de toda cultura: la “lengua”. Cierto es que el esperanto en principio no pretendió reemplazar la lengua nacional, tal como afirmara su creador L. L. Zamenhof, pero también es cierto que ya existía en ese nuevo lenguaje una tendencia a la fragmentación de la tradición de cada comunidad en pos de abrirse a un sistema global y unificado. El esperanto quedó como un simple hobby para algunos anarquistas románticos que desean hacer gala de su superioridad intelectual, pero lo que sí trascendió de aquella experiencia es que el habla de una comunidad no se transforma en forma vertical mediante el rediseño centralizado del lenguaje. En tiempos actuales uno debe recordar aquel intento para comprender que, en plena época de globalismo, los organismos supranacionales generan nuevas dinámicas de poder para concretar su proyecto.

La gobernanza global requiere censura y la misma se aplica desde el lenguaje. La obsesión del progresismo no es por “visibilizar a las minorías sexuales”, siendo que se ha demostrado lo inútil que es el habla en un sentido gramatical neutro, sino por censurar. Desde el lenguaje se articula la censura y tal como se observa en la experiencia diaria, mientras el discurso es que nadie se ve compelido a utilizarlo, la realidad es que se impone por medio de dicotomías. El lenguaje inclusivo se asienta en la idea de que quienes lo utilizan están a la vanguardia del progreso social, mientras que quienes lo rechazan exponen su tendencia al abuso, la cosificación, la discriminación o la eliminación del otro. A través de la dicotomía se establece la censura que tanto sirve al globalismo y no en vano se impone tal debate en el mundo de los lingüistas. Véase que según el Informe PISA (Programa para la evaluación de estudiantes internacionales) en 2018, Argentina como grupo de análisis completo, quedó en la posición 64 en Ciencias, posición 63 en Habilidad Lectora y posición 71 en Matemáticas; es decir, mientras Argentina ubica por debajo de la mayoría del resto de los países Iberoamericanos y del promedio general del ranking, el “Presupuesto 2021” contempló partidas por $1.3 billón para políticas de género, lo que incluye educación en lenguaje inclusivo. Entiéndase que el lenguaje inclusivo es la excusa perfecta para que un ciudadano desperdicie neuronas en aprender algo totalmente inútil para la vida trascendente pero sumamente eficaz para toda agenda progresista que por definición se nutre de personas superfluas e irreflexivas que sólo aspiran a estar dentro de las modas impuestas. Nuevamente, se dice que es optativo el lenguaje inclusivo pero el progresismo finalmente acude a la estructura ordenadora del Estado para pergeñar un proyecto supraestatal en pos del igualitarismo forzado donde no haya reducto alguno para la libre expresión.

Nadie racional desconoce que el lenguaje es naturalmente una construcción social por cuanto es una expresión cultural elemental de toda comunidad; así como una sociedad sufre modificaciones en el tiempo, la lengua corre con la misma suerte. El lenguaje no es un contenido pétreo sino que muta generacionalmente. Sí importa entender que, si bien la lengua es dinámica, lo que no dice la caterva de eunucos justicieros sociales es que toda mutación es imperceptible. Uno no es consciente de cómo el propio cuerpo se desarrolla, como así también la sociedad incorpora palabras en forma normal sin la necesidad de una norma que fuerce la normalidad. La lengua cambia y es un hecho, pero no se sigue de allí que uno deba aceptar el cambio propuesto (sino es que es impuesto) por el progresismo. El cambio no se genera en forma natural y espontáneo, sino que es una tecnología donde ciertos iluminados crean un idiolecto para que, desde la perspectiva de género, se rediseñe la forma en que el ser humano conciba el mundo.

Para concluir uno debe recordar que, en la posmodernidad, donde el discurso es artífice de la realidad dado que el hombre se constituyó a sí mismo como un Homo Deus capaz de erigirse como verbo creador, lo que se dice es, y lo que no se dice no es. En la idea de inclusión se excluyó la identidad natural de todo ser, ya que se literalmente se elimina la dado en el hombre y la mujer para que converjan en una masa amorfa de lo construido por los iluminados de la academia. Si de vicios inherentes a los iluministas se tratan, nada mejor para finalizar que recordar la célebre obra de 1984: “La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad. Es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido.”

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