La mayoría de los socialistas españoles vive con un complejo, el complejo de no ser ultraizquierdista, y este complejo le lleva a tener que hacer continuamente cosas para que la ultraizqueirda le perdone por no ser lo bastante radical. Maite Esporrín parece una de las socialistas navarras más afectadas por este síndrome ya que no en vano la extrema izquierda y la izquierda abertzale le responsabilizan de que Asirón no siga siendo alcalde de Pamplona. Lo cierto es que no hay un alcalde de progreso en Pamplona en primer lugar porque los pamploneses votaron lo que votaron, dando la patada al cuatripartito, y en segundo lugar porque Bildu no quiso apoyar a Esporrín y prefirió que el alcalde fuera Maya. Pero como es la extrema izquierda la que domina el relato, Esporrín tuvo que salir por patas del Ayuntamiento y ahora se tiene que hacerse perdonar el que Maya sea alcalde, sobreactuando constantemente.
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El último episodio de esta sobreactuación ha tenido lugar esta semana en la comisión de urbanismo, a cuenta de la idea de Enrique Maya de abrir una pista de esquí cubierta en la antigua estación de autobuses. “Supongo que aquello fue una ocurrencia del momento, pero no es serio trabajar de esta manera porque lo único que hace es confundir”, le reprochó Esporrín, a lo que Maya replicó defendiendo su derecho a “opinar sobre lo que me parece que debo opinar”, recordando que “Asiron opinaba y no todo lo consensuaría con el cuatripartito, y usted señora Esporrín también es ocurrente cuando opina”, para insistir con un cierto énfasis en que “No van a limitar mi libertad de expresión. ¡Hasta ahí podíamos llegar!”.
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Esporrín no se tomó demasiado bien la réplica de Maya, al que acusó de no tomarse bien que se le critique y “haber salido encima chulo”.
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Asirón, por su parte, acusó a Maya de querer vaciar el edificio para privatizar el espacio “y derribarlo para levantar otro rascacielos”, que a lo mejor era una buena idea, aunque de momento el que ha privatizado de hecho el espacio ha sido Asirón, que se lo ha cedido para su uso privado a un colectivo afín por un precio que es casi un regalo, aunque la titularidad del inmueble sea pública, de hecho que un inmueble público acabe siendo utilizado para uso y disfrute de un colectivo privado, aunque cercano, por un precio simbólico, es un agravante y no un atenuante en el planteamiento de Asirón. Para eso efectivamente mejor un rascacielos.
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Al margen de las formas de Esporrín, lo sustancial sin embargo es que la comisión aprobó con la abstención de Navarra Suma y los votos a favor del resto de grupos una declaración estableciendo que “no se anunciará ni aprobará ninguna decisión sobre el futuro del inmueble y el solar de la antigua estación de autobuses, sin que se informa, debata y apruebe previamente en esta comisión».
Un segundo punto, al que Navarra Suma votó en contra, señalaba que “cualquier actuación futura de calado en torno al inmueble y el solar de la antigua estación de autobuses será sometida previamente al más amplio e inclusivo debate político, social y ciudadano”.
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Finalmente, se aprobó por unanimidad una enmienda de Geroa Bai indicando que “dadas las actuales condiciones económico-financieras, este Ayuntamiento considera prioritarios para su ejecución, como proyectos de ciudad, los relativos al aparcamiento e instalación deportiva de las Huertas de Santo Domingo y el del nuevo puente de Cuatrovientos”. La pista de esquí, parece de momento que se enfría.
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Las ocurrencias de cada uno, con su propio dinero
La moraleja de esta historia podría ser que Maya, efectivamente, puede opinar lo que quiera sobre el tipo de uso que se le podría dar a la estación. Y también Asirón o Esporrín pueden opinar libremente al respecto. Pero si más allá de dar una opinión creen que han tenido una idea genial, lo suyo es que reúnan a unos socios, vayan al banco, expliquen su idea, pidan un crédito y monten una pista de esquí, una fábrica de txalapartas o el rascacielos más bajito del mundo, lo que sea que les parezca, pero con su dinero. O que al menos cedan los espacios, por un precio, a iniciativas privadas que sean ellas las que asuman los riesgos. Porque el temor de los ciudadanos no es que se haga esto o lo otro, o que la idea la tenga éste o aquél, o que el Ayuntamiento abra un ciberproceso participativo para elegir entre ocurrencias, sino que el dinero que tanto nos cuesta ganar para pagar los impuestos acabe sepultado bajo un alud.
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