En general, la libertad de circulación entre europeos no es tan factible como antes de marzo de 2020. Salvo que formes parte de un flujo migratorio invasor de países musulmanes, ves tu movilidad condicionada a un test de detección de carga viral con dudosa fiabilidad y a unas vacunas cuya discusión está proscrita por el cientifismo imperante.
Tu privacidad también se ha visto afectada porque, en muchos casos, has tenido que remitir formularios digitales o impresos en los que tenías que informar sobre el número del vuelo, la hora de llegada, los lugares de alojamiento y posibles viajes previos (generalmente, realizados una quincena antes).
Podemos corroborar que nuevamente hablábamos de un oxímoron. Incluso podría volver a abordar esa problemática con Afganistán que, a mi juicio, repetirá los errores cometidos entre 2015 y 2016 con los llamados «refugiados» sirios. Más bien, quisiera referirme al escenario geopolítico con respecto a a Bielorrusia.
El aparato judicial eurosoviético da vía libre a la amenaza migratoria de Lukashenko
Existe una evidente crisis geopolítica entre la Unión Europea y Bielorrusia, tras secuestrarse, el pasado mes de mayo, un vuelo de Ryanair con destino hacia Lituania, en el que viajaba un periodista crítico con el régimen de Lukashenko. Aunque esta situación ya comenzó a resultar alborotadora tras las nulas garantías electorales del año 2020.
También es obvio, al menos en teoría, sobre el papel, que las instituciones de la oficialmente denominada «Unión Europea» están llamadas a asegurar la seguridad en el espacio fronterizo, dentro del área en la que tiene competencias de conjunto. Pero una vez más priman la demagogia, la negativa a la altura de miras y el empeño en hacer prevalecer lo de la ideología «progre» en general.
Resulta que ese mismo «Tribunal Europeo de Derechos Humanos« (TEDH), conocido por varias sentencias favorables de una u otra forma a la banda terrorista ETA (por ejemplo, al tumbar la Doctrina Parot) ha obligado al Estado polaco a abrir la puerta a todos aquellos que intenten cruzar la frontera polaca en Bielorrusia.
Esas personas proceden de vuelos fletados desde Pakistán, que aterrizan en Minsk, siendo los pasajeros dejados a su suerte e «invitados» a entrar en otros países europeos. De hecho, la dictadura de Lukashenko se niega a aceptar y proporcionar los paquetes de ayuda humanitaria que se han enviado desde países como Polonia.
De hecho, esta amenaza también afecta a otros países vecinos como Lituania, cuyas autoridades sopesan levantar una valla fronteriza con considerables dimensiones, igual que las polacas, para contener los ya constantes flujos migratorios desde Bielorrusia. El voivodato de Podlaquia, en el noroeste polaco, ya es un escenario de inseguridad en cierto modo, según relata parte de su vecindario.
Fronteras controladas y gestión descentralizada
Aparte de la conveniente necesidad, tanto económica y financiera como moral y social, de acabar con el llamado Bienestar del Estado, al que también es implícito un «efecto llamada», conviene ser prácticos y evitar dejarnos distraer por el idealismo. Si las fronteras pertenecen a los Estados-nación, entonces son estos los que tienen el deber de asegurar la integridad y la seguridad del territorio que administran.
La solidaridad se puede ejercer sin ofrecer entornos culturales en los que los beneficiarios no quieren integrarse (aparte de la conveniencia de la libertad comercial). Y sí, por sentido común, aplicando las reglas de propiedad, cada administrador sabrá a quién permite entrar o no en sus territorios, con lo cual, no hay necesidad alguna para una inmigración desordenada, descontrolada e insegura.
No necesitamos que el globalismo dé lecciones ideologizadas y eufemísticas de «derechos humanos». Tenemos derecho a protegernos de las constantes invasiones migratorias que sufrimos en distintos puntos del continente europeo. Si estas élites contrarias al principio de subsidiariedad quieren hacer algo bueno, que dejen de promover la genocida y sanguinaria «cultura de la muerte» (aborto y eutanasia).
Dicho esto, si bien los europeos agradeceremos libertad para salir de casa y poder viajar, no vamos a aceptar que nos la metan doblada a costa de nuestra seguridad. No existe contradicción alguna entre el deseo de poder ir a donde queramos, sin que nos condicione a nada el demoníaco Estado, y pedir orden y seguridad en las entradas de extranjeros a nuestros territorios (sin caer en criterios identitarios, racistas o clasistas).