Leer artículo anterior
Tu madre sí que te entendió, ¿no es verdad, Señor? Nadie de los que te rodeaban y te maltrataban percibía una brizna de tu misterio. Nadie conocía que estabas muriendo en obediencia, que sabías a donde ibas, que no te defendiste porque cumplías una misión. Tu madre, sí que te entendía aunque os mirasteis los dos en la oscuridad de la fe. Seguro que te dijo: “Ánimo hijo, sube hasta arriba, no abandones la cruz”. Y te lo dijo llorando porque no sentía nada, no veía nada, todo era irracional y espantoso, sólo le quedaba la fe. Sólo os quedaba la fe.
Gracias, Señor, por tu fe y la de tu madre. La Resurrección sólo podía brotar de la más honda oscuridad. Es el premio gratuito a una confianza total hasta la muerte y pasando por donde había que pasar. Por tu fe y la de tu madre yo puedo vivir mi historia en fe aunque me tiemblen las carnes, aunque no entienda nada. María te animaba y te decía: “Sigue, hijo, ahí está todo, en esa obediencia total, hasta la muerte, sin entender, en plena oscuridad como un abandonado”. Te pido, Señor, por los que en esta pandemia no entienden y mueren o siguen viviendo heridos sin un por qué; dales la fe y auméntasela para que te vislumbren detrás de sus lágrimas rebeldes.