El verano del presente año 2019 no concluirá con un «gobierno nacional plenamente operativo». Ni a primera ni a última hora. Pedro Sánchez no podrá ser investido como presidente, por el momento, dado que no cuenta con apoyos parlamentarios suficientes (ni de la filial de Caracas-Teherán ni de la del Elíseo francés).
Así pues, tras la ronda de contactos con Don Felipe, se hizo definitiva la intención de convocar nuevas elecciones legislativas a Cortes Generales, el próximo domingo día 10 de noviembre. Casualmente lo que el mismo Sánchez ya tenía «previsto», bajo recomendación del asesor de socialistas Iván Redondo, su jefe de gabinete.
Redondo convence a Sánchez de que seguirá subiendo en cuanto a número de escaños, estando algo más cerca de una mayoría absoluta (encima, se les impone por sí sola la regla del «voto útil», coincidiendo casualmente con las «luchas fratricidas» de la formación comunista PODEMOS: el enfrentamiento entre Iglesias y Errejón, que está dando lugar a una nueva escisión conocida como Más Madrid).
Ante esa repetición electoral, no son pocos quienes han mostrado sentimientos de apatía, de cansancio, de indignación porque «los políticos no se han puesto de acuerdo», …, ante los cuales hay quienes bien anuncian que en cierto domingo de noviembre no volverán a ir a votar o llegan a afirmar que los diputados no han cumplido su labor.
De lo anterior se está hablando mucho, últimamente, en la barra del bar. No obstante, a través de este ensayo de opinión, voy a exponer, con una pretensión analítica bajo criterio estrictamente personal, lo que en realidad ha ocurrido y creo que habría que considerar acerca de lo que nos va a llevar a organizar otra fiesta partitocrática pagada por todos los contribuyentes.
No se concreta cuando se habla de irresponsabilidad
Un Sánchez tentado en cierto modo por los resultados de la calculadora electoral «ivanrredondista» no ha podido reeditar la fórmula del Frente Popular que, en junio de 2018, le permitió llegar legal pero ilegítimamente al Palacio de la Moncloa. No ha querido asumir un nuevo «sobrecoste» de la misma.
Pero que nadie piense que lo ha hecho por el bien común de las Españas (eso no es una premisa propia de los políticos, pero menos aún de una figura narcisista y egocéntrica), tal y como la historia del PSOE al completo demuestra. Pablo Iglesias le exigía una vicepresidencia «en condiciones» así como ciertas carteras ministeriales como Hacienda y Trabajo.
De hecho, ciertamente hubiera podido ser que Pedro Sánchez hubiera tenido dificultades para conciliar el sueño si hubiera tenido que compartir Consejos de Ministros con personas de PODEMOS. Pero no por la economía y la libertad de la sociedad (más le interesa poder volar en avión a costa de los demás), sino porque no suele ser de recibo que te hagan sombra (los de Galapagar en ese caso).
Ni con C’s hubiera querido compartir carteras ministeriales. Pero a los liberales afrancesados, pese a cierta propuesta de última hora cuyo rechazo sanchista era obvio, bueno, a Rivera y sus simpatizantes internos, no les interesa mucho conceder su apoyo al PSOE, dado que la mayoría de sus apoyos electorales provienen de personas de la llamada «derecha sociológica» que en tiempos votaba al PP.
En cualquier caso, insisto en que es totalmente ilegítimo que la formación de un gobierno tenga que depender de bloques partitocráticos formados por listas electorales cerradas en distritos de circunscripción plurinominales, estando todo a merced del «jefe de partido». La sociedad está privada su potestad de elegir directamente a sus gobernantes.
Asustarnos por estar sin gobierno dice mucho de nosotros
No son pocos quienes consideran «desconcertante» que España tenga un parlamento inactivo así como un gobierno en funciones (que solo pudiera operar por medio de algún decretazo). Creen que por eso el país está sufriendo considerables estragos económicos y sociales. Pero una cosa es que eso sea cierto y otra que tengamos determinada mentalidad.
Los españoles figuramos entre los europeos que más consideran necesitar que el Estado les provea lo que es una necesidad de «falsa seguridad», que como bien sabemos, es una antesala perfecta para dar que no haya suficiente contrapeso a todo lo que se puede considerar como propio de la tendencia expansiva, corruptora y coactiva de los muy problemáticos artificios conocidos como Estados.
Pero es que cuando no hay gobiernos plenamente operativos, la esperanza y la calidad de vida de la sociedad no se ven deterioradas (tampoco nuestro día a día); gracias a esta todo se mantiene (el verbo más característico de un burócrata es complicar) mientras que la economía crece (o si se avecinan recesiones y repuntes de desempleo, estos se dan en menor magnitud de lo esperado).
Mal que ha venido por bien
Digamos, por tanto, con todo ello, que el dizque «mal» (luchas de poder entre Pablo y Pedro) ha venido por bien (de la sociedad española). De un parlamento y gobierno activos se pueden esperar más deuda, más impuestos, más despilfarro, más censura, más adoctrinamiento, más regulaciones, más agresiones a la dignidad humana… Y sí, sin Estado, nos iría de maravilla (convencido estoy).