El sanchismo, definido rápidamente, es la eliminación de todo límite para conservar el poder. El poder es entendido por el sanchismo como un fin en sí mismo, por eso toda línea se puede traspasar para conservarlo. Si se entendiera el poder como un instrumento para defender la nación, la prosperidad o la libertad, aparecerían límites por algún lado. Por el contrario, todo puede ser sacrificado por el poder. En el centro del sanchismo se encuentra la figura de Pedro Sánchez. Todo es sacrificable para que él, el one, el puto amo, conserve el poder.
Si el sanchismo es sobre todas las cosas la voladura de todo principio, no puede sorprender que alrededor del sanchismo florezca la corrupción. Si el ejemplo del “one” es sacrificar cualquier cosa a su interés, sin ningún tipo de limitación, ¿por qué deberían tener más principios los que habitan el poder por debajo de él? ¿Por qué van a ser superables todos los principios menos el de no robar?
En realidad, la corrupción no es seguramente el peor delito o el límite más peligroso que puede cruzar un político. Objetivamente, liquidar la separación de poderes es más grave para el estado que robar un poco de dinero. De hecho, liquidando la separación de poderes se sientan las bases de cualquier atropello, incluyendo el robo de dinero. Si sabes que quien te va a juzgar ha sido nombrado por ti, es más probable que te animes a saltarte los límites. Y por otro lado tú no corrompes el sistema nombrando al juez que te tiene que juzgar si no estás pensando en saltarte los límites. El estado puede sobrevivir sin problemas a que algunos mandarines o vicemandarines trasieguen con bolsas, lingotes y maletas, pero el estado quiebra cuando pierde la independencia de los tribunales. El ir y venir de bolsas y lingotes evidentemente es un mal, pero mucho menor que la pérdida de la independencia judicial. Los lingotes que vienen o van son sólo una gripe, la pérdida de la independencia judicial es en cambio la destrucción de todo el sistema inmune.
Robar está mal, pero probablemente cerrar un trato con los filoterroristas para excarcelar a los etarras es todavía peor. Para el estado de derecho, la justicia y la dignidad de las víctimas, es más grave excarcelar a los asesinos que llevarse una maleta con un lingote de oro. No es que llevarse un lingote esté bien, es que lo otro es peor.
Indultar a un delincuente o amnistiar a un fugado de la justicia a cambio de sus votos es por lo menos tan corrupto como llevarse a la sede del partido una bolsa llena de dinero. Y una vez más, el daño para el estado y la nación de llevarse una bolsa de plástico llena de billetes es objetivamente mucho menor a que el presidente del gobierno compre su puesto a unos delincuentes cambiando su indulto por sus votos.
Reventar el modelo de financiación autonómica creando un concierto catalán que no estaba en el programa electoral de ningún partido también es mucho más importante, y mucho más gravoso para los bolsillos de la ciudadanía, que los lingotes, las bolsas de dinero o las maletas que se pueden haber trasegado algunos chorizos. Una vez más no es que todo eso esté bien. En realidad, una vez más, todo eso es gravísimo. Lo que sucede es que todo lo demás es mucho más grave todavía.
Siendo grave para un estado y sus ciudadanos que los mandarines se lleven bolsas de dinero y lingotes de oro a su casa o las sedes de sus partidos, para un estado y sus ciudadanos es mucho más grave aún que el gobierno pretenda perseguir a los medios críticos, censurar las redes sociales y limitar la libertad de expresión. Para empezar porque eliminando a los medios críticos, censurando las redes sociales y limitando la libertad de expresión es mucho más fácil robar impunemente cuando se está en el poder.
En la gravísima coyuntura histórica que está atravesando España se juntan en el poder los que creen en la “democracia” bolivariana o la pax etarra con los que se encuentran bajo la sombra de la corrupción o tienen ya a media familia imputada. Los primeros odian la democracia y los segundos tienen buenas razones para temerla. La única salida de alguno para evitar el estado de derecho puede ser acabar con el estado de derecho. La amenaza totalitaria de esta conjunción es por tanto real y concreta. Ahora son más peligrosos que nunca, tanto más cuanta más corrupción se oculte bajo la alfombra. O nos meten en la cárcel o en la cárcel acaban ellos. ¿Cuánto más puede sobrevivir nuestra libertad al momento en que los mandarines lleguen a esa conclusión y tengan además el suficiente poder para ejecutarla? Es, alternativamente, para no pensar o para echarse a temblar. Intentar parar esto, no obstante, exige ponerse a pensar y actuar.