Es bueno que las universidades o la vivienda sean un negocio

El gobierno ha decidido dividir las universidades entre buenas y malas, siendo las buenas las públicas y las malas las privadas. No es por otro lado una división nueva. La izquierda española todavía vive en la ortodoxia marxista de hace más de un siglo. Todo lo privado es malo, todo lo público es bueno, el negocio y el comercio es pecado. Esto tiene un grave peligro. La izquierda suele reprochar a la religión que actúe en las sociedades como una presa frente a la razón y los adelantos científicos. La ciencia sin embargo ha prosperado precisamente en el Occidente cristiano. Sucede sin embargo que es la izquierda la que crea un ambiente en el que resulta imposible la prosperidad, si emprender, trabajar, esforzarse, comerciar, ganar dinero o ser desigual está mal. Una sociedad en la que la disyuntiva es que quienes no son pobres son unos hijos de puta, está condenada a ser pobre. La tesis ahora es que es malo que por ejemplo la vivienda o la universidad sean negocio, ¿no será más bien todo lo contrario?

Hace algún tiempo la tesis de la izquierda era al menos una especie de estatalismo subsidiario. Es decir, se justificaba la intervención del estado para poner en marcha un colegio o un hospital en un lugar en el que por falta de demanda no podía haber uno privado. Ahora sin embargo que exista un colegio o un hospital privado como consecuencia de la demanda resulta que es malo. El hecho por el contrario es que no hace falta la intervención del estado para que podamos tener carnicerías, zapaterías o tiendas de ropa para comer pollo, ir vestidos por la calle o estar calzados. El problema con la vivienda no es cuando es negocio, sino precisamente cuando no lo es. Es en ese momento cuando empieza a haber escasez de vivienda y suben los precios. Por otro lado, ¿consiste la alternativa en que todo lo haga el estado perdiendo dinero? ¿Y cómo puede sobrevivir un estado que se encargue de hacerlo todo y todo lo haga perdiendo dinero?

Desde luego el problema de la vivienda malamente lo arreglaría el estado haciéndose con el monopolio de la construcción. En un monopolio inmobiliario estatal, ¿serían funcionarios los obreros, los carpinteros, los fontaneros, los electricistas, los pintores o los albañiles? ¿Y cobrarían el 50% más que sus equivalentes privados? ¿Y trabajarían 37,5 horas? ¿Y tendrían un absentismo un 40% superior al del sector privado? ¿Y con todo lo anterior y haciendo falta 14 empleados públicos para hacer lo que 10 privados los pisos serían más baratos? En un sistema totalmente estatalizado, en el que además no hubiera que competir con los pisos fabricados por otros, ¿cuánto más costaría un piso? Naturalmente se podría fijar un precio muy por debajo de los costes, pero entonces esa diferencia se traspasaría a todos los contribuyentes. De hecho la alternativa a que las cosas sean negocio es que no lo sean, que el estado se encargue de todo a pérdida y que esas pérdidas recaigan sobre los ciudadanos que pagan impuestos. Obviamente esto no es un sistema económico alternativo sino la ruina y un atisbo de por qué el comunismo jamás ha funcionado en ningún momento o país del mundo. ¿Queremos viviendas más baratas? Construyamos más y ofrezcamos más seguridad a los propietarios. Nos quejamos de la escasez y los precios de la vivienda después de pasarnos dos décadas satanizando al ladrillo, pues aquí tenemos los resultados.

Que haya negocios floreciendo y ganando dinero no es un problema en ningún lugar del mundo real, salvo en la mente de la izquierda trasnochada y ciega a los resultados de sus propios experimentos. No hay política social que se pueda sostener sin negocios floreciendo. A más negocios florecientes, más política social se podrá sostener. Cuantos más negocios florecientes existan, de todos modos, menos política social será necesario practicar. La mejor política social es que la gente tenga trabajo y haya prosperidad. Quitar el dinero de donde se genera riqueza para trasladarlo hacia donde se destruye no es política social, es arruinar a una sociedad. Es el número de espacios en los que se pierde dinero y no el número de espacios en donde se gana lo que nos debe preocupar. Ninguna sociedad ha colapsado por la cantidad de negocios que funcionaban bien. La izquierda ve la realidad completamente al revés.

En el caso de las universidades privadas, es absurdo oponer privado a calidad. Las mejores universidades del mundo son privadas: Princeton, Harvard, Stanford, Yale, Catltech, Duke, John Hopkins, el MIT… son todas ellas instituciones privadas. De todos modos si alguien quiere pagar una universidad privada de poca calidad es su problema y de su cartera. El problema es que obligatoraimente tengamos que pagar todos universidades públicas de escasa calidad, o que el coste de un alumno en una universidad pública sea superior que el de becarlo en un universidad privada de la misma o superior calidad. Por otro lado, ¿estamos en todo este debate en el fondo hablando de calidad?

La Universidad de Navarra es una institución privada, pero sin ánimo de lucro. No hay unos accionistas propietarios de la institución que se reparten el beneficio, el beneficio se reinvierte en la institución. No obstante la izquierda odia igual a la Universidad de Navarra aunque no tenga afán de lucro. Es más, seguramente es la universidad que odia más. Tampoco se puede cuestionar la calidad educativa de la Universidad de Navarra. El problema por tanto es la ideología, y eso que desde Gabilondo a Silvia Intxaurrondo, pasando por Uxue Barkos o Joseba Asirón, son todos ex alumnos de la UNAV. Lo que persigue la izquierda al pretender monopolizar la educación no es la calidad, sino el adoctrinamiento. El problema con el adoctrinamiento es que suele ser opuesto a la calidad. En la medida en que una universidad es más soviet que universidad, menos capacidad de crecer y florecer el pensamiento, porque en un soviet no se puede pensar. Naturalmente cada universidad o colegio puede tener su línea de pensamiento y sus valores, pero por un lado para eso está la libertad educativa y que cada persona pueda elegir o rechazar un modelo, y por eso mismo allá con cada centro educativo cuya apuesta sea algo cuyos resultados sean disuasorios o que la gente tienda a rechazar en vez de a demandar. Lo malo es que la apuesta sea la que haga el gobierno, la paguemos todos y la tengamos que elegir no por sus resultados y calidad, sino porque no se permita otra opción. Y sí, somos conscientes de que Sánchez está abriendo esta ofensiva, como otros frentes, también para desviar la atención de sus propios asuntos, pero podemos atender los dos frentes y Sánchez puede perder en los dos.

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