Ya tenemos aquí la guerra comercial. La historia a este respecto muestra que las guerras comerciales no favorecen a nadie. Nadie prosperó a base de levantar barreras comerciales porque las barreras actúan siempre en los dos sentidos. Afinando mucho en una guerra comercial puede haber países más perjudicados que otros, pero tampoco se puede diagnosticar una guerra comercial en términos de países porque el escenario resulta demasiado complejo. En toda guerra comercial, dentro de un mismo país siempre hay sectores más perjudicados que otros. El destrozo será mayor o menor dependiendo el sector en que se encuentre cada uno. No existe un país, Estados Unidos tampoco, que vaya a ser un claro beneficiario neto de la guerra comercial o en el que no haya sectores que vayan a resultar perjudicados. Las barreras arancelarias implican en todo caso un encarecimiento de los costes y por tanto un aumento de precios, por si nos creíamos que el problema de la inflación lo teníamos ya controlado.

¿Cuál es la lógica de Trump? EEUU tiene un grave problema que es el déficit comercial; o sea, que importa mucho más de lo que exporta. Como decíamos se trata sin embargo de una imagen matizable. Así, EEUU puede importar materias primas o productos manufacturados pero ser en cambio exportador neto de software, tecnología o servicios. El resultado global no obstante es que EEUU es un importador neto y su déficit comercial abultado. ¿Qué es lo que pretende Trump y el mensaje que les está enviando a los estadounidenses? Encarecer mediante aranceles los productos importados para favorecer a los productos made in USA, también enviar el mensaje a los productores exteriores de que si quieren vender a los EEUU abran sus factorías en los EEUU para evitar los aranceles.

¿Es la guerra comercial una respuesta a los aranceles previos que se les han impuesto a los EEUU? Según Trump él no está iniciando la guerra sino respondiendo a ella y los aranceles que anuncia en realidad serían sólo una fracción de los que se le ponen a los EEUU, ¿es esto verdad? El hecho es que Trump compareció ante las cámaras hablando de “aranceles recíprocos”, con unas grandes tablas en las que figuraban en un lado las tarifas que supuestamente estaban soportando los productos USA en cada país, y a renglón seguido los aranceles que Trump establecía en reciprocidad. Los aranceles recíprocos anunciados por los EEUU aparecían como menores a los que estaban siendo sometidos los EEUU, según la retórica de Trump. ¿Pero es real la retórica de Trump?

La primera reacción general ante las cifras de Trump fue de desconcierto y todo el mundo empezó a preguntarse de dónde salían aquellos números, porque no se correspondían con los aranceles de cada país. Para empezar, una vez más, no existe por ejemplo algo así como un arancel general de la UE sobre los productos que se importan de los EEUU, sino que cada producto puede tener su propio arancel, de lo que habría que hablar por consiguiente en todo caso sería de un promedio difícil de calcular, pero en todo caso muy inferior a las cifras presentadas por Trump. Nadie impone a los EEUU aranceles de semejante magnitud, salvo acaso algunos productos muy específicos, ¿de dónde salen entonces los cálculos de Trump? Pronto se empezó a ver que lo que reflejaban las tablas de Trump no eran en realidad los aranceles, sino el déficit comercial. Lo que ocurre es que déficit comercial no tiene nada que ver con aranceles. Si EEUU o Europa importan muchos productos de China es porque producir en China resulta mucho más barato, no porque China imponga aranceles a los productos de Estados Unidos o Europa.

Otro factor que Trump parece haber usado para presentar a los EEUU como víctima de la política arancelaria europea es el IVA. Sin embargo esto también es un error o una manipulación. Obviamente a los productos importados de EEUU se les aplica el IVA, un impuesto que no existe en los EEUU, pero no es un impuesto que se les aplica a los productos USA y no se les aplica a los productos europeos, sino un impuesto que recae sobre la generalidad de los productos independientemente de su origen.

Existen sectores en los que sí tiene razón sin embargo Trump con sus planteamientos. En el sector del automóvil, por ejemplo, la UE les aplica a los vehículos USA un arancel del 10%, mientras que los USA les aplican a los vehículos de la UE un arancel de sólo el 2,5%. Salta a la vista que en este campo los EEUU resultan perjudicados y que existe una clara disparidad de aranceles, pero aparte ser un sector específico, hablamos de porcentajes mucho menores que los que aparecen en las tablas de Trump, que como se señalaba no se corresponden con los aranceles sino con las cifras de déficit exterior.

Interesa no obstante, para ser justos y llegar al fondo de la cuestión, señalar que los europeos bramamos contra los aranceles de Trump cuando hace sólo unos meses estábamos anunciando con gran entusiasmo grandes aranceles contra los vehículos chinos. A ver si los aranceles van a ser buenos cuando los anunciamos nosotros y malos sólo si los anuncia Trump.

El libre comercio tiene un apartado que nos perjudica, como es el citado de los productos fabricados en China. Es evidente que los productos españoles no pueden competir en costes con los productos fabricados en China, ¿pero es la solución igualar los costes a través de los aranceles? Por un lado, a lo que a lo mejor nos tenemos que dedicar es a ofrecer productos y servicios con los que China no pueda competir, sea por la calidad, la especificidad o la cualificación de la mano de obra. Por otro lado, como consumidores nos estamos beneficiando de los bajos precios de los productos provenientes de China, ¿o pensamos que pagaríamos los mismos precios por vehículos, teléfonos, ordenadores o todo tipo de mercaderías si se fabricaran en Baviera con los costes de Baviera? Finalmente, no es un asunto menor el pensar que la pobreza mundial está bajando significativamente gracias al comercio global. Aunque podamos sufrir un perjuicio aquí, el Tercer Mundo va saliendo de la miseria gracias a toda la producción de los países ricos que se ha derivado hacia allí. El libre comercio es la mejor forma de solidaridad. Eso sí, tenemos que buscar una forma de prosperar que no consista en tratar de competir en costes, y en parte ya llevamos muchos años haciendo eso y adaptándonos con relativo éxito a ese escenario. Una faceta negativa de trasladar la producción es sin embargo la dependencia exterior, pero también en parte es una interdependencia, y como diría Milton Friedman la interdependencia es la paz.

Volviendo al principio, la guerra comercial y el establecimiento o subida de aranceles van a tener como efecto más previsible el encarecimiento general de los precios. Los aranceles, por otro lado, no dejan de ser un impuesto que cobra el gobierno. Es decir, que vamos todos a una subida de precios, a un mayor empobrecimiento (como si no estuviéramos ya lo bastante empobrecidos por las subidas de precios), a una posible recesión como consecuencia de ese empobrecimiento y el consiguiente frenazo del consumo, y a una todavía mayor acumulación de recursos por parte del gobierno. En este sentido resulta curioso que el propio Trump -y sin duda en la UE se hará lo mismo- esté anunciando que el dinero que el estado consiga de los aranceles servirá para otorgar ventajas fiscales a los sectores más afectados por los aranceles que a su vez se les impongan a ellos. Evidentemente no es sólo que para ese viaje no hacen falta alforjas, sino que en ese viaje será al final menos lo comido que lo servido y que a cada paso por la burocracia gubernamental se perderá una parte significativa de todo el dinero.

¿Cuál podría ser la alternativa o la moraleja a la que acabemos llegando todos al cabo del tiempo por el camino duro? La oferta negociadora que nos podría sacar de este atolladero a todos sería quizá la de que todo el mundo renunciara a los aranceles apostando por el libre comercio. Efectivamente, la alternativa a la guerra arancelaria es el libre comercio de bienes y servicios. Si el problema es la queja por los aranceles del vecino, acordemos con el vecino suprimir los aranceles o limitarlos a unos sectores y productos muy específicos, retirando el motivo de conflicto en vez de multiplicar los aranceles ensanchando el agravio.

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