Discrepancias en política lingüística

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Pensemos en un país normal para empezar, con una cohesión interna  suficiente. Quizás Francia o Finlandia o Australia o cualquier otro que a alguien se le ocurra. Supongamos que en una región del mismo se conservase un idioma primitivo que no hubiera generado productos culturales relevantes, y que el gobierno  regional de turno decidiera  destinar  mucho dinero de los impuestos a la promoción y difusión de esa lengua, y además decidiera premiar en las oposiciones a funcionarios a aquellos aspirantes que conocieran el antiguo idioma.  Las respuestas de los ciudadanos a esa política lingüística podrían ser dos: de un lado los más románticos, sentimentales, tradicionalistas o particularistas aplaudirían esa promoción del idioma por ser propio y antiguo. Del otro, los más racionalistas, universalistas, progresistas  o pragmáticos rechazarían esa política lingüística por considerar que el viejo idioma era un instrumento de comunicación poco útil, que su escasa utilidad desaconsejaba invertir en él lo mismo mucha energía mental (en aprenderlo) que muchos impuestos (en promocionarlo y extenderlo);  que sería más razonable y preferible premiar  a los opositores que dominasen el inglés, el alemán, el chino …; que muy poco se ganaría  con tener médicos, profesores o ingenieros funcionarios que hablasen la antigua lengua, pero se ganaría mucho con esos mismos funcionarios dominando el  inglés etc.. Por ahí irían las discrepancias sobre política lingüística en un país normal, y su virulencia no sería  seguramente grande. Si el Director de Política lingüística declarase que X años atrás hablaba el idioma local el ochenta por ciento de la población y ahora lo hacía un porcentaje mucho menor, los tradicionalistas verían en el hecho una pérdida de identidad grave. Los  racionalistas o universalistas pensarían que al antiguo idioma le había ocurrido simplemente lo que a otros muchos instrumentos o costumbres  que habían quedado obsoletos, dejado de ser útiles y consiguientemente perdido uso: la cocina de leña, la almadía, la abarca etc.; y que  no merecía la pena dramatizar ni lamentarse en general por ese tipo de  cambios que el paso del tiempo propicia, ni en concreto por lo sucedido con la vieja lengua.

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Añadamos a lo anterior un elemento que nos situaría ya en un país poco normal: que buena parte de los entusiastas del idioma primitivo no quisiera  sólo conservarlo o potenciarlo, sino que pretendiera convertir en Estado independiente al territorio en el que se habló el idioma citado, y que mediante  la promoción del viejo idioma buscase  extender su ideología independentista; y además que con la política de premiar en las oposiciones a los hablantes del idioma propio tratase de conseguir una administración pública no políticamente independiente, sino con una ideología independentista, obediente a sus dictados e intereses. ¿Qué ocurriría? Tendrían que estar en contra de esas medidas no sólo los racionalistas, universalistas o progresistas como en el caso anterior, sino todos aquellos tradicionalistas, románticos o  sentimentales que no quisieran romper el país común y no quisieran un nuevo Estado independiente. Y también  todos los demócratas, porque una administración así, cribada políticamente y partidista, es propia de las dictaduras. Ocurriría también que nos habríamos acercado a lo que es Navarra ahora. Para llegar del todo hasta nosotros, alejándonos así aún más de lo que es un país normal, añadamos algo a lo anterior: que ese paquete de objetivos independentistas con el idioma como elemento central  hubiera estado apoyado durante decenios por asesinatos, delaciones, eliminación de la libertad …, por el terror, como aquí ha ocurrido. De nuevo los demócratas tendrían –tendrán-  que rechazar esa política lingüística, la promoción de ese paquete apoyado/impuesto antidemocráticamente durante tanto tiempo.

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Lo anterior nos indica que las discrepancias sobre política lingüística podrán plantearse aquí como lo harían en un país normal cuando los profesores de historia expliquen en las clases que al nacionalismo vasco le pasó en Navarra lo que antes le había pasado al en muchos casos su antecesor (en La Barranca, Tierra Estella …), al carlismo: que tuvo cierta fuerza pero que en un plazo de tiempo más bien corto desapareció.  La tarea pendiente.

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