Hay puntos y momento en la vida en dónde todo parece estar tan bien construído que lo único que queda para completar su ciclo es su destrucción inminente.
Comenzar un ensayo sobre la gratitud con estas palabras es, por esa misma razón, un tanto extraño, paradójico e incluso incoherente.
Pero, ¿quiénes somos nosotros para medir la coherencia de los altos planes divino, de la oscura, terrible y maravillosa Providencia?
No es un año de lo que comencé a vivir lejos de lo que sería mi patria pequeña, allá en Hispanoamérica, aunque un poco más cerca de lo que es mi patria legal, allá en la península itálica.
Ninguna de esas dos regiones es donde me hallo ahora, ya que dónde he terminado es en aquella extensa llanura al borde del Vistula, en medio de una Europa que ya no se puede percibir en el resto de Occidente.
La vida ha sido buena aquí, si. Tal vez no exactamente óptima, pero definitivamente buena. Con sacrificios, dolores, sufrimientos, soledades, pero también con victorias, sueños, amigos y esperanzas.
Llegué aquí sin tener mayor idea de cómo iba a desarrollar todo mi proyecto académico o profesional, y entre traspiés y con esfuerzo, parece que estoy llegando a un crisol, una llama ardiente, un rito de paso para continuar a algo que aún es incierto para mí.
Mi mérito académico ha sido recompensado, y aunque han sido días con altos muy elevados, y bajos ciertamente intrascendentes, no deja de entrelazarse la esperanza por un futuro brillante con la ansiedad de un presente que se desarrolla ante mis propios ojos.
«Audentes fortuna iuvat», escribió Virgilio en la Eneida, «la fortuna favorece a los valientes», y mientras más retrospectiva hago sobre mi vida estos últimos meses, este último año, más me convenzo que a veces, tomar una simple decisión, como salir de un lugar, de una zona de confort, arriesgándose en cuerpo, alma y recursos, puede ser el mejor, si no el único, camino disponible.
No todos pueden hacerlo. Eso es una realidad. No todos disponen ni de los medios, ni del conocimiento, ni de las conexiones, ni de las oportunidades. Nada de eso se distribuye equitativamente, porque esa igualdad es imposible, irreal. No somos iguales y no podemos ser iguales.
Pero así como no somos iguales en esos elementos, compartímos todos una misma dignidad como seres humanos, una naturaleza que nos inclina y nos empoja hacia fines mayores, hacia lo trascendental en lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero, y ahí es donde la valentía, el valor, tienen su lugar.
Siempre podemos caernos, pero caernos implica que al menos estamos avanzando, y que podemos levantarnos y continuar. La vida no es óptima, está llena de obstáculos, trampas, rivales. Y sin embargo, aquí estamos, aquí seguimos.
Han sido millones de años desde que los primeros homínidos bípedos comenzaron a asumir dominio de la tierra, cientos de miles que los ancestros de la humanidad empezaron a tomar control sobre la naturaleza, y apenas unos pocos miles desde somos la especie dominante en el planeta, con formas de organización complejas y metas cada vez más altas.
El valor de cada uno de esos hombres y mujeres antes que nosotros, todos los que trascendieron de su condición promedio, esa valentía es la que permitió pasar de un estado primitivo a una civilización ordenada hacia la Luz de los mayores fines posibles.
Pienso en esto porque Polonia, en toda su historia y sus instituciones, en su estado cambiante, mantiene viva esa idea medieval, y porque es aquí donde he aprendido que el mérito proviene del valor. No sé trata solamente se lanzarse en un salto de fe, sino de apuntar hacía algo al saltar.
Y por eso también está el tema de la gratitud, porque saltos como esos son la representación pura de la incertidumbre, de no saber lo que hay al otro lado, arriba o debajo.
La gratitud es la sensación de paz que queda una vez que se obtiene la seguridad de haber cruzado ese vacío oscuro en el que todo y nada es posible. Y es justamente eso lo que conecta, en un espacio liminal, entre el tiempo y la distancia, al valor con la gratitud.
Puede ser que estos meses no hayan sido sino un extenso espacio liminal entre una decisión valiente, aunque profundamente improvisada, y un mérito grato, una victoria dulce entre las tormentas en la incertidumbre presente.
Pero aquí me encuentro, y aquí debo seguir, porque solo existe un camino a través de la incertidumbre, y es hacia adelante, con valentía en el principio, h con gratitud en todos los finales y metas que se van cruzando.