Rajoy, Iceta y el «menosprecio reactivo»

Desde las elecciones del 26-J la estrategia del PP para lograr la investidura del Sr. Rajoy ha sido concebir la investidura del presidente del Gobierno como un «juego del gallina» (chicken game): como los adolescentes californianos que jugaban a ver quién era el último en saltar del coche cuando los vehículos de ambos rivales se dirigían a toda velocidad hacia un acantilado -perdía el «gallina» que, asustado, se tiraba a tierra el primero-, el PP ha venido insistendo en que el único candidato posible era el Sr. Rajoy y que, si no sale elegido, se producirá el «desastre» de unas terceras elecciones.

En defensa de esa tesis de «o Rajoy o terceras elecciones», los estrategas del PP han tenido que orillar el artículo 99 de la Constitución y menospreciar el papel del Rey, a quien dicho precepto otorga la facultad de, previa consulta a los partidos con representación parlamentaria, proponer sucesivos candidatos si los anteriores fracasan.

En efecto, el PP ha venido manteniendo que:

– Debe gobernar el líder del partido más votado (en su terminología «el que ganó las elecciones»), como si el sistema político español fuera un régimen presidencialista a una sola vuelta, en vez de un régimen parlamentario en el que el candidato a presidente de Gobierno necesita conseguir la «confianza» de la mayoría del Congreso;

– El PP no puede proponer a otro candidato distinto al Sr. Rajoy, pues eso sería «defraudar la confianza de quienes le eligieron», como si los votantes del PP hubieran tenido la posibilidad de votar a un cabeza de lista del PP distinto al Sr. Rajoy (analicé esa falacia en «La cuestión del nudo«).

– El candidarto propuesto por el Rey tiene derecho a no presentarse a la investidura si no tiene garantizados de antemano los votos precisos para resultar investido, interpretacion contraria a la previsión constitucional de que si un candidato no consigue ser investido, el Rey puede hacer «sucesivas propuestas» (por fortuna, esta disparatada interpretación fue con posterioridad abandonada).

– El Rey no puede intervenir en la elección del candidato a la investidura, pues eso sería «borbonear» -«La Constitución prohibe que el Rey borbonee«, manifestó el Ministro Margallo el pasado 22 de julio-, a pesar de que el artículo 99 de la Constitución le otorga, llegado el caso, la facultad de proponer el candidato a la investidura.

Finalmente, con ánimo de presionar al PSOE para que se abstenga en la investidura del Sr. Rajoy, estratagemas adicionales del PP han sido destacar que:

– Si un nuevo Gobierno no aprueba pronto y somete a la Comisión Europea y a los demás países de la eurozona un plan de ajuste presupuestario, España se arriesga a ser multada con hasta 5.000 millones de euros por su déficit excesivo.

– En aplicación mecánica de las normas vigentes (esto es, el artículo 99 de la Constitución y el 42 de la Ley Orgánica de Régimen Electoral), una terceras elecciones se celebrarían el día de Navidad (= 2 septiembre + 2 meses + 54 días), lo que haría especialmente disparatado que en España celebráramos otras nuevas elecciones y, de celebrarse, elevaría mucho la abstendión, en beneficio del PP y perjuicio del PSOE.

Ayer viernes, 26 de agosto, la Vicepresidenta Sáenz de Santamaría no quiso responder a si el PP apoyaría el cambio por vía urgente de la citada Ley Orgánica que en ese escenario propondría el PSOE, con el apoyo de otros partidos, para acortar la nueva campaña electoral y celebrar las elecciones el 18 de diciembre.

En esa campaña de amedrentamiento dirigida hacia el PSOE, típica del juego del «gallina», el Sr. Rajoy y el PP han contado con la inestimable ayuda no solo de sus medios de comunicación incondicionales -como «La Razón» o «ABC»-, sino también de otros, como «El Mundo», que, teóricamente independientes, no debieran haber confundido su legítimo deseo de que haya pronto Gobierno con el hecho de que ese nuevo Gobierno tenga que estar indefectiblemente presidido por el Sr. Rajoy (como elogiable excepción, el pasado 23 de agosto Jorge de Esteban, catedrático de Dererecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de El Mundo, propuso en «El ejemplo de Suárez» que Rajoy, como hizo Suárez en enero de 1981, renunciara a presidir el Gobierno).

En mi opinión, el PSOE del Sr. Sánchez ha hecho bien en no ceder a las amenazas y -al menos hasta ahora- no fue incoherente cuando afirmó que votará «no» en la investidura del Sr. Rajoy y, sin embargo, no habrá terceras elecciones.

Esas dos afirmaciones son reconciliables, pues, si fracasa la investidura del Sr. Rajoy, nada impediría que pudiera prosperar la de otro candidato distinto que logre el apoyo del PP y de Ciudadanos, y la abstención (o incluso apoyo) del PSOE.

Esa alternativa sería la más coherente con los resultados de las elecciones del 26-J y con las reglas del artículo 99 de la Constitución.

Esa posibilidad ha estado latente desde el principio, aunque, por ignorancia constitucional o por mala fe política, la mayor parte de los medios de comunicación la hayan ignorado.

Era lógico, sin embargo, que nadie del PSOE la propugnara abiertamente, porque a la aceptación por el PSOE de esa idea le resulta aplicable el viejo razonamiento jesuita de que no es lo mismo «fumar mientras se reza» (intolerable) que «rezar mientras se fuma» (aceptable). En política, quién toma una iniciativa cuenta mucho.

El pasado 16 de agosto, sin embargo, el líder del PSC, el Sr. Iceta, formuló esa posibilidad de forma expresa: «La alternativa a Rajoy es otro candidato del PP o un independiente«,

Ayer, 26 de agosto, reiteró, con acierto, la idea de que «el dilema de investidura o elecciones es falso». Como novedad, acaso influido por las fuerzas vivas de su partido, no fue ya tan rotundo al señalar que el candidato debìa ser «otro candidato del PP o un independiente». Ese cambio de matiz en las palabras del Sr. Iceta es comprensible, por el mismo motivo que enseguida mencionaré respecto al Sr. Rajoy.

En mi opinión, la «fórmula Iceta» (o, si se quiere, «Iceta 16-8») pondrá al PP en un brete, como expuse antes de las elecciones del 26-J en «el dilema de Moisés«: si el PP considera tan esencial desbloquear la investidura y que España tenga nuevo Gobierno ¿no debiera estar dispuesto a proponer un candidato alternativo, distinto del Sr. Rajoy y ajeno por completo a la corrupción vivida en ese partido, que haga posible que el PSOE se abstenga? ¿qué virtudes políticas extraordinarias e irrepetibles adornan al actual líder del PP para que lo hagan insustituible como presidente de Gobierno? ¿no tiene el PP también que «arrimar el hombro» un poco para lograr un nuevo Gobierno?

Por todo ello, creo, sinceramente, que tras el previsible fracaso de la investidura del Sr. Rajoy, se planteará abiertamente la «fórmula Iceta», esto es, la búsqueda de un candidato distinto a Rajoy que pueda lograr ser investido con el apoyo del PP y de Ciudadanos, y la abstención del PSOE. Es, exactamente, lo que prevé el artículo 99 de la Constitución.

Mi duda es: ¿sabía el Sr. Rajoy desde el principio que su propia candidatura era inviable, pero consideró necesario descartar con rotundidad, durante meses, una posible candidatura alternativa, para que fueran otros quienes -como ha hecho el Sr. Iceta- la reclamaran?

La razón es que si la renuncia a encabezar el nuevo Gobierno la hubieran ofrecido el propio Sr. Rajoy o el PP, la iniciativa podría haber sucumbido al fenómeno del «menosprecio reactivo» (reactive devaluation) que expliqué en esta crónica.

¿Habrá sido, pues,imprescindible que el PP y el Sr. Rajoy «marearan la perdiz» durante dos meses para que la «fórmula Iceta» pueda terminar resultando políticamente viable?

En el mundo de la consultoría hay un dicho célebre: «Un consultor es una persona que te pide el reloj y luego te dice la hora». Aunque la broma se utiliza a veces para mostrar la supuesta inutilidad de muchos consultores, su fundamento es claro: en las empresas, como en política, el origen de una propuesta influye decisivamente en su grado de aceptación.

Por fortuna, en el período de consultas que se abrirá tras la previsible derrota de la investidura del Sr. Rajoy, la Constitufión española prevé que exista un consultor o mediador independiente: el Rey. Paradójicamente, el carácter hereditario y no electivo de nuestro Jefe de Estado será la mejor garantía de esa independencia política (aunque los republicanos y críticos de la Monarquía parlamentaria, esclavos de sus absolutos dogmas, todavía no se hayan enterado).

Algún día sabremos si la obstinación de Rajoy, desde el 26-J, por no considerar la posibilidad de ningún candidato distinto a sí mismo era fruto de sus convicciones y obcecación personal -como piensan muchos que le conocen y resulta probable- o de un sabio y meditado deseo -como quiero creer yo- de que su abandono de la carrera por la presidencia del Gobierno no resultara prematura víctima del «menosprecio reactivo» (reactive devaluation).

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Publicado en Expansión

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