Quienes comulgan con este humanismo suelen hablar mucho de solidaridad y poco de caridad, declaran una decidida opción por los pobres y se preocupan de su redención social y económica, pasan vergonzosamente de puntillas por la noción de pecado, y exaltan con desmesura la bondad y misericordia de Dios. Es un humanismo humano en exceso porque sólo encuentra sentido en una arreada defensa de los valores humanos, con indisimulado desdén hacia lo que llaman con orgullosa soberbia mal asunto ese de la soberbia “humanismo teocéntrico”. Desde una óptica auténticamente cristiana hay que ser pensador muy poco riguroso para aceptar un humanismo que, si se interesa por Dios, es sólo para exaltar al hombre.
El verdadero humanismo no es ideológico, ni político ni religioso, no cursa filosofías ni profesa teologías. Carece de respuestas últimas para las acuciantes cuestiones que plantea la existencia, pero proporciona bálsamo precioso para las heridas que inflingen las duras batallas que comporta el vivir. Todo lo que no sea un humanismo de ese corte hay que ponerlo entre interrogantes. ¿Humanismo cristiano? El cristianismo es mucho más que un humanismo, por mucho calificativo de cristiano que pueda añadírsele.
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