Hoy no me siento orgulloso de ser de Pamplona. España ganó la copa y la ciudad, salvo honrosas excepciones, se quedó en casa. Para no celebrarlo. No queda bien sentirse español o, al menos, mostrarlo.
A mí me parece que nos honra poco la poca alegría que despertó la victoria de España. Hablamos de fútbol, y por eso no creo que valga la pena entrar en mayores explicaciones. En algo tan llano y tan festivo, España no merece ni una cerveza. Nos guste o no, la Plaza del Castillo era el domingo un retrato de la sociedad navarra. Una sociedad que no tiene ganas de gastar dos euros para brindar por España.
No es un retrato que alegre, pero es el que hay. Es mejor mirar los retratos para conocerse. Podemos luchar a última hora, como cuando buena parte de Navarra se echó a la calle porque Zapatero y Rubalcaba estaban dispuestos a vendernos por un plato de lentejas, pero es triste que sólo una situación extrema nos arranque del sofá.
Yo, este domingo, hubiera querido sentirme orgulloso de ser pamplonica, pero no pude. A pesar de todo, me alegro de ser español y de haber ganado esta eurocopa. Me alegro de que tantos millones de españoles se alegren. Incluso diría que me siento orgulloso de pertenecer a ese puñado de pamplonicas que salimos a celebrarlo a la calle.
Por supuesto que hablamos de ocio, de sentimientos, de manifestaciones libres; el que aquí escribe sólo pretende expresar sus convicciones. Para mí España es algo más que una ventaja económica, pero bueno: nadie está obligado a sentirse español. Los sentimientos no se imponen, por supuesto, pero los complejos se acaban pagando.
Javier Horno.