Nuestro país no puede tolerar, como sí no pasara nada, el comprar el 85% de la energía al exterior
Existe una preocupación creciente sobre este tema, y también un consenso político, social y económico muy mayoritario en que debemos reducir nuestro grado de dependencia cuanto antes.
Lo que no parece que vaya a ser tan fácil es llegar a un acuerdo en el modo en el que se debe combatir este problema. Porque en función del criterio que se prime para atacar la cuestión, la solución puede ser una u otra muy diferente.
Queremos que la energía sea de calidad, sea autóctona, sea barata, sea eficiente, sea limpia, sea gestionable, esté garantizada, sea respetuosa con el medio ambiente y con los compromisos asumidos por nuestro país en materia de lucha contra el cambio climático. Pero no sabemos como hacer todo ello posible.
En el PSOE, que –muy a mi pesar- es el que tiene la responsabilidad de liderar la solución a este problema, ni siquiera tienen claro que modelo apoyar. Felipe González, Carlos Solchaga, Luis Atienza (Presidente de Red eléctrica Española), Javier Gómez Navarro, Miguel Sebastián (¿Sebastián también? Sí, tambien) defienden el papel de la nuclear. Zapatero, Caldera (Presidente de la Fundación Ideas) y otros, en cambio, se posicionan con beligerancia frente a la continuidad del sector.
Lo cierto es que, como señalan los expertos, la unidad de medida en política energética es el lustro o la década. Y por eso se hace tan necesario tomar decisiones. ¿Que se quiere cerrar una central nuclear? Vale, pero habrá que buscar una solución para que al día siguiente otra fuente de energía supla con garantías los megavatios que dejan de estar disponibles en el sistema. ¿Qué se decide repotenciar con tecnología de cuarta o quinta generación una central nuclear en el mismo emplazamiento donde se localiza la antigua? Perfecto, pero hagámoslo ya. porque entre la burocracia administrativa y la construcción, igual tienen que pasar 10 años.
Para dar con la mejor solución deben analizarse muchas ¡muchísimas! cuestiones: el “Mix” más favorable; el cumplimiento de los compromiso de Kyoto; la obsolescencia y caducidad de la tecnología de las nucleares; el exceso y diversidad de regulación administrativa; la inseguridad política de los países productores; la volatilidad de los precios de las materias primas; el coste o sobrecoste de oportunidad de las primas; el equilibrio entre grandes y pequeños generadores de energía; la solución al déficit tarifario; el combate de los nuevos mercados especulativos unidos a la generación; el respeto a derechos adquiridos, el coste económico de las energía limpias; la desinformación interesada entre productores; el tratamiento y almacenamiento de residuos radioativos; la urgente ampliación de los depósitos de gas; la insuficiente interconexión; los riesgos de los cuellos de botella en la red de transporte; …
Por todo ello constituye un error o una irresponsabilidad, como ustedes quieran, no plantear un consenso en esta materia de forma urgente. Un consenso que debe ir unido a una explicación pública abierta y transparente sobre las ventajas de uno y otro modelo. Y mientras el consenso no llega… así nos va.
Pobre España.