Es la «ignorancia buenista» la que humilla al inmigrante

Pese a todos los matices y contrastes que uno hace, el día a día señala a la derecha dura como la facción política contraria a los inmigrantes mientras que la izquierda y la supuesta moderación vendrían a venderse como sujetos verdaderamente «tolerantes, abiertos e inclusivos».

No hay día en el que las preocupaciones sobre el derroche de dinero confiscado para con el Bienestar del Estado y las meras reivindicaciones de seguridad doméstica y urbana sean un motivo de estigmatización. Lo mismo pasa con la defensa de los principios cristianos occidentales. Se aprovecha para intimidarnos, llamándonos «ultras», «racistas» y «elitistas».

Viene a ser una de las maneras de hostigamiento de la llamada «dictadura de la corrección política», de esa que pretende que el sentido común sea considerado como un delito, como un crimen, como una «herejía» (esto último, según lo que la progrez pretende convertir en una «nueva religión»).

De todos modos, si bien es correcto defenderse con buenos argumentos de realidad, uno va a explicar brevemente, por medio del presente artículo, por qué en realidad son ellos, con sus «tontos útiles», quienes de verdad humillan a estas personas, que no dejan de ser tan dignas como el resto.

La cosificación estatal

Cuando el Estado ofrece subsidios generosos a personas que, simplemente, por el motivo que sea, han acabado ubicadas en alguno de nuestros territorios, está convirtiendo al migrante en una persona dependiente. Al margen de cualquier circunstancia, se subordina a esa persona al poder político.

Esto puede ser un problema más allá de los cálculos presupuestarios o la mera objeción legítima hacia la redistribución confiscatoria del fruto del trabajo y el mérito de los demás. ¿Por qué? Básicamente, porque el inmigrante puede ser una herramienta política e ideológica.

Sin importar todo lo demás, al Estado le puede interesar aplicar el efecto llamada sobre cuantiosas personas migrantes de países no necesariamente más pudientes en el sentido económico. Generalmente, para obtener nuevos nichos de voto. Pero también puede ser para proyectos de ingeniería social más concretos, relacionados con el multiculturalismo o el nacionalismo periférico.

Es más, la recogida de inmigrantes ilegales puede dar lugar a que haya personas que puedan ser contratadas, sin las garantías suficientes, en empleos de baja cualificación, por parte de empresarios que no quieran hacer un buen uso de la libertad contractual.

La guetización y la estigmatización

La idea de tender a reducir la residencia de inmigrantes no adinerados o de culturas en conflicto a territorios urbanos concretos no encaja, verdaderamente, con el ideal de la integración que tanto pregonan los «progres». Y no, lo de los ghettos no es algo pretérito del nazismo del III Reich.

Es lógico y espontáneo que no todos los barrios tienen el mismo nivel de renta. Es obvio que cada cual trata de vivir tanto donde quiere como donde puede. Es algo que debemos de respetar. De hecho, un cristiano no debe de caer en el mal error de la «predestinación protestante-calvinista», negacionista de la salvación.

Ergo, el problema no es siempre del «inmigrante en sí», sino de las leyes que tenemos en la mayoría de Estados occidentales. Esto tiene una serie de implicaciones económicas, morales, espirituales y sociales, yéndose a hablar, en el presente artículo, de algunas de estas.

Generalmente, los barrios más conflictivos son aquellos con un nivel de renta muy bajo. En estos pueden abundar sucesos como los robos, los hurtos, el tráfico de drogas, la violencia sexual y la trata de personas. En urbes como Madrid y Barcelona, los barrios más seguros no son precisamente los más deprimidos en el sentido económico.

Si bien alguien puede tener que vivir «de momento» en los mismos, hay que decir que en estos barrios suele haber una tasa más alta de prestación de subsidios estatales así como de «viviendas sociales de protección oficial» que no necesariamente son para jóvenes y cosas así.

El subsidio es una humillación con respecto a la persona que sí trabaja, que emprende, que tiene ganas de superarse y de servir a los demás, ya sea residente nacional o extranjero. Hay muchísimos inmigrantes con una honradez personal y profesional impecable, al margen de la cualificación profesional y académica.

La legislación favorable a la «reinserción del criminal» y el desinterés en la dureza judicial (cuando se trata de perseguir la agresión) es una ofensa para muchas personas, ya que incluso los honrados inmigrantes tienen que vivir con miedo a volver a ser perjudicados por esos delincuentes que ni son deportados ni son adecuadamente sancionados en el país de acogida.

La incapacidad de algunos sectores a la hora de integrarse (los inmigrantes musulmanes, en su mayoría) es un mecanismo que, por un lado, convierte a esas personas en instrumentos de batalla religiosa y, según el caso, geopolítica. A esto ayuda, en cuanto a su comprensión, ese relativismo cuyo objeto es destruir la Cristiandad.

Luego, la falta de libertad educativa fomenta ese viso selecto que algunos dicen combatir. En las grandes áreas metropolitanas, muchos colegios e institutos públicos se convierten en auténticos guetos migratorios donde a veces puede haber problemas muy diversos (nadie dice que ser inmigrante pobre sea una condena al fracaso escolar).

Así pues, dadas la laxitud de las leyes penales, la subordinación asistencialista estatal y la falta de libertad de elección, no solo se consigue que el metro cuadrado sea la alternativa occidental a las fronteras de Hungría y de Polonia, sino que se alimenten los prejuicios.

Del mismo modo que el nacionalismo vasco y catalán hace que algunos le tengan tirria a ciertas variedades lingüísticas (lo cual no deja de ser un error), se alimenta una especie de inquietud, incomodidad y miedo que se traduce en un «huir de los inmigrantes». Y esto afecta también a los buenistas que predican lo contrario…

Con lo cual, no se debe demonizar la inmigración como tal. Lo que se debe hacer es combatir el estatismo asistencialista, y lo mismo con el relativismo. El que venga y trabaje será bienvenido, y no tendrá problema. Ha de tener derecho a la propiedad y poder prosperar, pero también ha de ser respetuoso. Y no, no todas las culturas son igual de válidas…

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