Todos sabemos que las sucesivas leyes educativas y monopolísticas de las últimas décadas no solo han vulnerado un mayor grado de libertades a la hora de elegir, sino que también han mermado, de manera muy considerable, la calidad del sistema educativo.
De acuerdo con informes como PISA (uno de los que tienen mayor renombre), el rendimiento del alumnado español no es muy positivo. Da igual que hablemos de ciencias en general, de cuestiones matemáticas o de comprensión lectora.
Podríamos decir que sería lo normal que los llamados «gobernantes» se preocupasen por el asunto, ya que, en teoría, se supone que «velan» por el «bien común» de la sociedad. Pero es que, en verdad les interesa. Además hay pruebas más concretas sobre las que se hablará a continuación.
La repetición de curso, algo que no se puede permitir
Un profesor quiere que todos sus alumnos promocionen con el mejor resultado posible. Unos padres preocupados por la formación de su hijo desean que este tenga buenos resultados académicos. Un alumno puede preferir progresar académicamente, no quedarse detrás de sus compañeros o no perder tiempo.
Ahora bien, la ingeniería social «progre» quiere que la repetición de curso no sea vista como una medida de contención ante la no progresión académica del alumno, sino como una humillación para el alumno y para las arcas del sistema.
Save the Children, una de esas oenegés cuyo calado ideológico no es necesario recordar, ha sido una de las que ha dado la «voz de alarma». También lo ha hecho, el Secretario de Estado de Educación, José Manuel Bar Cendón.
Curiosamente, ha sido el alto cargo del PSOE el que ha llegado a dar a entender que la repetición de curso implica un sobrecoste innecesario para el Estado (recordemos que ostenta el monopolio del sistema educativo). Sí, hablan así quienes no tienen reparo en endeudarnos hasta el cuero cabelludo.
Todo tiene un porqué
El socialismo no quiere que los individuos tengan capacidad para desarrollar un pensamiento crítico ni ninguna que otra abstracción del mundo que les rodea. En otras palabras, les resulta intolerable que uno sea capaz de pensar.
Cuanto más preparado esté uno, en el sentido intelectual, más fácil le será alcanzar la Verdad y poner en cuestión todo aquello que sea necesario. La subversión del socialismo no busca que uno sepa cuestionar, sino que uno tenga su procesamiento mental aplastado.
La ingeniería social que es intrínseca al socialismo busca imponer una cosmovisión totalmente abstracta, que anule cualquier diferencia o concepción del orden natural tal y cual lo conocemos.
Tan importante es, para ellos, que el individuo esté atomizado como desprovisto de cualquier capacidad de razonamiento. Razonar implica ponerse en marcha para cuestionar las mentiras mientras que creer en algo, como sabemos, puede ir muy en su contra.
Luego, por otro lado, viene su afán por el igualitarismo. Esta gente no tolera que haya diferencias naturales y, como ocurre con lo económico, se trata de que haya el mayor número de mediocres y pobres intelectuales.
Ergo, en vez de entender que no todos tienen las mismas capacidades ni el porqué de dedicarse a lo mismo (en otros términos, tiene que haber de todo y todas las profesiones son igual de dignas), prefieren insultar al que se esfuerza (que no necesariamente tiene que ser un preuniversitario).
Y no, hacer que alguien pase de curso o promocione sin aprobar asignaturas no significa que vayamos a abrirle más oportunidades. Abrir distintos caminos no es cuestión de agraviar al resto así como tampoco algo que requiera fomentar que no se aprenda nada.
Con lo cual, del mismo modo que el socialismo odia el progreso económico, también odia que haya gente con capacidad de pensamiento crítico y con un intelecto diversamente entrenado. La pobreza académica, cultural e intelectual es clave para su ideal «sociedad de borregos».