Después de más de dos años de trabajo y de haber invertido en ella más de 4,2 millones de euros, con los que se ha limpiado la piedra, consolidado los elementos artísticos, arreglado las cornisas y restaurado sus campanas, la fachada de la catedral de Pamplona luce con todo su esplendor y los pamploneses y los que nos visitan la podemos contemplar tal y como la pudieron ver nuestros antepasados de finales del siglo XVIIII cuando se alzó, porque desde entonces y hasta ahora no se había acometido en ella ninguna recuperación y con el paso del tiempo había ido acumulando una costra negra que no permitía contemplar la gran obra del neoclasicismo mundial que es.
Es cierto que durante el tiempo que ha durado la obra los que ante ella pasábamos hemos podido ver en las verjas del atrio unos carteles con comentarios que a lo largo del tiempo le han ido dedicando. La mayoría de ellos adversos: que si es una “desdichada composición pagana en completo desacuerdo con el resto del edificio”, que si es “pesada y de mal gusto” o que si “lo feo es feo, aunque tenga la pretensión de ser hermoso”, como señaló el inmortal Víctor Hugo al que le causó una impresión deplorable y exageradamente adversa en 1843. También se ha dicho de ella que es “majestuosa” y “magnífica”, que es un “monumento de gran estilo”, que “revela el genio de su célebre inventor” y que “el mayor adorno de la catedral es su fachada”.
Como escribió un arqueólogo francés en 1859, es cierto que “la obra de Ventura Rodríguez choca con el monumento gótico al que sirve de complemento aunque, como dice él, “tomada y considerada en sí misma forma un monumento de muy gran estilo”, a lo que añadió: “Francia no posee tal vez nada que sea comparable a la armonía majestuosa de esas dos grandes torres”.
Yo coincido con José María Iribarren en que si nos hubieran dado a elegir todos hubiésemos preferido una fachada gótica al estilo de Burgos, León, Rouen, Chartres, Reims o París. Pero … ¡a falta de pan, buenas son tortas! Y la que tenemos es neoclásica, noble, elegante, grandiosa, es un ejemplar insigne del estilo greco-romano y fue planeada por el gran Ventura Rodríguez.
Es cierto que los que suben por primera vez la cuesta de la Curia al llegar a ella esperan entrar en un templo del siglo XVIII y se pasman al encontrarse con las amplias naves y las bóvedas ojivales de una catedral gótica de fines del siglo XIV a comienzos del XVI a la que se le sacó todo lo mejor con la restauración de hace casi dos décadas. Y es cierto que muchos preguntan por la falta de unidad arquitectónica. La mejor respuesta creo que la dio en 1884 un canónigo a un visitante extranjero al que le dijo: “¿Veis mi sotana? ¿Tiene el revés alguna relación con el derecho? Pues, ¿por qué el exterior de un edificio ha de tenerla más con el interior? La fachada puede ser de estilo italiano y la nave de estilo gótico, enteramente lo mismo que el paño de mi sotana es negro y la seda
del forro de color violeta. Por otra parte, como las dos partes del edificio han sido construidas en épocas diferentes, era natural que cada una tuviera el carácter del gusto en su época”.A lo que el viejo sacristán sentenció: “A eso se le llama hablar”.
La realidad es que, sea como sea, esta es la fachada que tenemos y es la que forma parte de nuestro paisaje local, la que está unida a nuestros recuerdos la que tiene la campana María que se oye en toda la Cuenca y que es escenario de esa explosión de luz, sonidos y colores que se da todo 7 de julio a eso de las tres de la tarde cuando el Cabildo regresa de la procesión de nuestro Santo Patrono.
Por eso, ahora, cuando estrenamos su reforma, además de ser de justicia el agradecer a la Fundación Caja Madrid, al Gobierno de Navarra, al Ayuntamiento de Pamplona y al Arzobispado por todo lo que en ella han invertido, es hora de que los pamploneses descubramos nuestra fachada y contemplemos la obra de arte que encierra que muchos ignorábamos y despreciábamos.