¿Derechización del catalanismo?

Las dos últimas convocatorias electorales de 2023 no han sido muy halagüeñas para el bloque nacional-catalanista (más allá de una probabilidad mayor de haber conseguido la alcaldía de Barcelona). Tanto en mayo como en el presente mes de julio, partidos como Esquerra Republicana, Junts y CUP han ido perdiendo fuelle.

En mayo, VOX irrumpió en todas las capitales de provincia catalanas así como en otras urbes relevantes como Hospitalet de Llobregat, Rubí, Sabadell, Santa Coloma de Gramanet y Mataró. Así pues, el partido alcanzó un total de ciento venticuatro concejales en total. Del mismo modo, el PP arrasó con mayoría absoluta en Badalona.

Eso sí, dentro de los partidarios del nacionalismo catalán, hubo algo que marcó la tendencia contraria. En este caso, no me refiero a ninguna nueva estrategia de arrodillamiento de ese PSOE obseso con el poder omnívodo. Tampoco a ningún sorpresón del nacionalista gallego Núñez Feijóo.

Me refiero a la irrupción de un voto de protesta contra la invasión migratoria del Norte de África y el alto riesgo de islamización en el pleno consistorial de Ripoll, el decimoséptimo municipio más poblado de Gerona, una de las provincias catalanas con mayor respaldo hacia la causa catalanista.

Con casi un 31 por ciento del voto escrutado y, dando gracias a la abstención post-electoral del partido de Puigdemont en la investidura, obtuvo su mejor resultado el partido político Alianza Catalana (cuyo nombre en catalán sería Alliança Catalana), liderado por Silvia Orriols.

Este partido no ha sido muy agradable para el mainstream izquierdista. Pese a que no es un partido en favor de la Hispanidad, ha sido igualmente demonizado en la prensa y en las redes sociales, por sus posturas en aspectos ajenos a la identidad patriótica y las lenguas.

Proponen la independencia unilateral de Cataluña, ignorando la autodeterminación individual. También son partidarios de la imposición y el nacionalismo en las escuelas, marginando a las familias hispanohablantes. De igual modo, abogan por un proteccionismo económico que, como sabemos, haría sufrir a los mismos catalanes.

No obstante, su importancia no radica ahí. Entre sus puntos principales, en la página de inicio de su portal web, se puede leer: «Promoveremos aquellas políticas migratorias que beneficien a los catalanes, no a los extranjeros. Estableceremos una política de tolerancia cero con la inseguridad ciudadana, el radicalismo islámico y el terrorismo«.

Junto a la oposición al totalitarismo nacional-catalanista, este mismo asunto propulsó a VOX en los comicios autonómicos de 2021 y municipales de 2023, aparte de no haber dado lugar a un desgaste del mismo en unas elecciones generales donde la derecha tampoco ha sido muy participativa. Ahora bien, hay catalanes que reniegan del patriotismo español, entrando, por tanto, en conflicto, con uno de los aspectos capitales de la formación verde.

Esto puede llevar a preguntarnos si tenemos que preocuparnos ante el futuro de la derecha pro-española en Cataluña. Pero yo creo que no. De hecho, al margen de la mitología y la ficción histórica, el nacionalismo tanto vasco como catalán tiene el problema mayor de haberse entregado a la Revolución más allá del paganismo nacionalista. Ni siquiera los que, en su día, defendían lo de «Dios y las leyes viejas…».

Es más, ha surgido una escisión dentro el entorno ex-convergente llamada EspaiCiU, que se ha coaligado con el PDECAT y tiene como bandera la crítica a la radicalización y la entrega de Junts y parte de la otrora «derecha catalanista» al izquierdismo de las CUP (a la que está vinculada el filoterrorismo de los CDR y Arran) y los herederos de Terra Lliure y de personas como Lluis Companys. Esta crítica viene acompañada de una defensa de la economía productiva y la libertad económica.

Con lo cual, quién sabe si no se ha dado el principio del comienzo de una apertura al espacio derechista en el nacional-catalanismo contemporáneo. De momento, mientras que los ex convergentes tendrán que seguir esperando y trabajando, los que detentan el poder en Ripoll ya han tomado posiciones. De hecho, han defendido el valor religioso de la Cruz de Cristo frente a ese mecanismo de sumisión opresiva llamado «velo islámico».

Incluso cabe decir, pese a que suene muy aventurado e iluso, que no sería muy indeseable que hubiera un escenario político similar al del arco partidista del nacionalismo flamenco. Los principales partidos del nacionalismo flamenco son la Nueva Alianza Flamenca (NVA) y el Vlaams Belang. El primero es un partido más conservador liberal mientras que el segundo es más identitario y nacionalista.

De hecho, uno ha de ser sincero y reconocer que habría más puntos de entendimiento con una derecha vasca y catalana que defendiese el derecho a vivir del no nacido, la seguridad ciudadana, la propiedad privada, la libertad de empresa, el control migratorio y las raíces cristianas de Occidente. Y sí, el nacionalismo va contra la sana moral cristiana, pero el comunismo de algunos «patriotas españoles armesillistas» es igual de deicida y anticrístico que el estalinismo.

E insístase en que uno no va a restar importancia a la importancia de defender la Hispanidad Católica y de frenar esa aplicación del socialismo de ingeniería social de los nacionalismos periféricos, aupados por la ausencia de Dios en territorios otrora muy católicos.

Simplemente se prefiere la derechización al wokismo socialista. Y sí, hay que reconocer que ciudades como Barcelona y Bilbao son hoy mucho más inseguras debido a la multiculturalidad atraída por las «paguitas» del Bienestar del Estado. De hecho, mientras que su socialismo autonómico espanta a inversores y estudiantes, se atraen factores que son problemas de civilización.

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