Es difícil hacer una valoración de la postura de UPN frente a los presupuestos nacionales. En primer lugar, porque cuando el sueldo del mes depende de la cúpula de tu partido, las cosas se ven de otra manera. En segundo lugar, porque todo aquel que está en un partido, por si acaso, prefiere llevarse bien con su jefe.
Tal vez más complicado sea mantener este equilibrio de pedir el apoyo del resto de España para que Navarra no sea engullida, mantenerse a distancia del PP y contentar eternamente al PSOE para que no despierte el león dormido del nacionalismo que ruge, verbi gratia, en Cataluña. Esta estrategia puede durar, pero ¿hasta cuándo?
¿No parece así que UPN se quiere mantener en el poder como sea, aun esquilmando los principios por los que muchos le han votado? Porque UPN no puede ser ajeno a la crisis de un PP silente, acomplejado, que permite la fuga de María San Gil, que ni siquiera se pone de acuerdo para asuntos como el de la “educación para la ciudadanía”, que se debate entre el miedo a crispar de Rajoy o Gallardón y la firmeza y claridad de Esperanza Aguirre. UPN no puede ser ajeno a esta crisis porque esta crisis importa a muchos de los que le han votado.
Cada día uno está más convencido de que los complejos, en política, son nefastos, porque restan credibilidad. UPN, como el resto de la derecha que se llama a sí misma centro, debe recuperar con fuerza algo más que un discurso. Tanto en el rechazo del nacionalismo, como en la constitución de una nación más unida que la actual.
El nacionalismo políticamente correcto se ha metido en el funcionariado y en muchos círculos sociales a través del batúa, un proyecto nacionalista de una Academia Vasca que ha vendido a Navarra una seña de identidad falsa y no vasca; se ha implantado en una clase media de nuevos vascos, donde no existe la lengua vasca o el vasco, sólo el euskera, el barnetegui, la ikastola y el victimismo. Y esa clase media, que hace del batúa casi una religión, lo hablen o no, estará dispuesta a vender Navarra a proyectos de órganos comunes o lo que sea, y a derrochar presupuestos para que un modelo inventado llegue hasta Cortes, si es preciso. La genuina cultura vasca de Navarra no es la que ha salido ganando, sino el proyecto nacionalista de Sabino Arana. Hay una juventud educada con ese ideario que lejos de disminuir se fortalece con los presupuestos de una Navarra mayoritariamente, se supone, no nacionalista.
Navarra ya no es, gracias a Dios, el viejo reino; fue un reino y hoy, para su suerte, es parte de España, un país que poco a poco ha levantado el vuelo después de ir años a remolque de las potencias europeas. Los más de cuarenta millones de españoles que no son navarros, en la vorágine de una crisis económica y de identidad, no sé si van a salvar a Navarra de que, llegado el caso, el nacionalismo termine de vestirla de casera.
Navarra tiene la oportunidad histórica de, siendo objeto de las ambiciones nacionalistas respaldadas por la ETA, ser el mejor referente de unidad nacional. Quiero creer que una postura defendida sin complejos, con sinceridad, argumentada y que proponga soluciones a los problemas reales puede captar más adeptos que los disimulos. UPN puede intentar parecer más navarrista que Nafarroa Bai, pero dudo de que ese navarrismo contente a la gente de izquierda o con un cierto romanticismo pseudovasco. Estamos en una crisis nacional, cultural y económica, y a los españoles les va a unir, si les une algo, la conciencia de que sólo con la unión se hace la fuerza.
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Javier Horno.