Decíamos ayer que la sombra de la monarquía es alargada. Reflexionemos en plan didáctico, por ejemplo acerca de los tics sucesorios que suele adoptar la nueva clase nobiliaria de los políticos. Ahora que vamos a cruzar el umbral de un prometedor año electoral, es divertido caer en la cuenta de que la costumbre de los viejos emperadores romanos a la hora de planear la sucesión, o de los reyes godos -por tomar un ejemplo mucho más cercano-, no se distanciaba mucho de los usos actuales. Lo que va de Aznar a Rajoy, de Sanz a Barcina, de Rajoy a Cervera, o de ZP a su Delfín en ciernes es un mecanismo similar al empleado por muchas de las monarquías, califatos o imperios históricos. El hecho de que los nombramientos de nuestro tiempo sean generalmente ratificados por asambleas o procesos electorales no cambia la sustancia del hecho. Siempre se hicieron cosas parecidas para suavizar cada transición. Ni siquiera el recurso al magnicidio como método abre una brecha entre aquellos y estos tiempos: la persistencia de blindajes, escoltas o inhibidores de frecuencia tiene pinta de ser algo bastante más utilitario que los maceros del reyno. Estoy empezando a sospechar que las cosas tendrán que seguir así por culpa de la misma naturaleza humana. Ahora bien, creo que deberían reconocerlo.
Jerónimo Erro