Las ruinas pueden sobrevenir por dos motivos: bien porque un enemigo externo haya dado al traste con lo construido, o bien porque, sencillamente, se construyó demasiado y ya no es posible mantener todos los muros en pie. Al paso que vamos nos encontraremos en Navarra dentro de unos años con una ruina por cabeza. Muchos ayuntamientos se encuentran con el dilema del mal administrador. Las cuentas no les cuadran porque aquellos dineros que sirvieron para construir y para poner letreros diciendo que se construía y que se hacían las cosas gracias al gran subvencionador han dejado de fluir. Y ahora, cada vez más, resulta que casi cuesta lo mismo mantener cada día, calentar, decorar, iluminar y reparar todo lo construido que volver a construirlo. Mas vale que piensen bien los ayuntamientos cómo van a utilizar ese dinero que está a punto de manar ahora tan generosamente del Estado. Porque está visto que estas ayudas puntuales llegan envenenadas de electoralismo y de miopía política. El objetivo de un ayuntamiento, por más que día a día aumente su semejanza con un equipo de fútbol profesional, no puede limitarse a ganar los títulos o la permanencia de cada curso liguero. Los ayuntamientos, primera trinchera de la política, son algo casi tan importante y sagrado como las familias que los forman, así que más vale que miren al futuro.