Las propuestas en positivo que hemos ido proporcionando como resumen de la crítica constructiva a la crisis constructiva se condensan en una exigencia: menos regulación, menos socialismo. No se trata de liberalizar todo para que los peces gordos se coman más fácilmente a los pequeños. No. Lo que hay que conseguir es que todos los peces del mundo, especialmente los medianos y los pequeños, podamos vivir en paz y armonía. Para ello es imprescindible redimensionar todo lo público, lo estatal, lo gubernamental, de tal forma que su papel moderador y supervisor o incluso regulador que nadie discute vuelva a su sitio.
El problema es que todavía no ha caído del todo el muro de Berlín. En cierto modo se ha trasladado al Atlántico de forma que un sistema socialistizante, pseudototalitario e hiperintervencionista va eliminando uno tras otro los últimos resquicios de libertad y de responsabilidad que quedan a la sociedad occidental. Y no se acaban de dar cuenta de que no por ser funcionario o funcionaria será una persona más fiel y mejor cumplidora en su profesión, en la empresa, o educando niños, sino por tener conciencia. O sea, valores, principios, patriotismo, ética, religiosidad, etc. Llámenlo como quieran.
Y además, aun suponiendo que haya políticos sensatos que quieran devolver a la sociedad lo que le ha arrebatado el estado, da la sensación de que no saben por donde empezar. Porque a ver quién es el valiente que le pone al gato un cascabel que consista en reducir funcionarios, presupuesto y subvencion… Les pasa como a ese guardia gesticulante que, indefectiblemente, preside siempre los peores atascos de circulación: que no se sabe si agiliza el paso o si aturulla más a los conductores desesperados.
Jerónimo Erro