No solo de sanfermines vive el navarro, que también están las fiestas de los pueblos. Muchos viejos sanfermineros -ausentes tal vez en julio de la capital navarra- luchan y sudan en agosto para recuperar el regusto de sus años mozos en lances de vaquillas, cenas, recenas y momenticos arcanos. Hay otros que simplemente se dejan llevar de aquí para allá por ese calendario festero que, como un refrescante hilillo de agua nos recuerda quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Es evidente que no seríamos los mismos si no nos quedaran esos verdaderos pulmones verdes de nuestro espíritu foral. Si no fuera por esos doscientos chupinazos que sabiamente nos reparten en grupos abarcables y que tanto nos entretienen estaríamos todos consumiendo en La Morea. O dándole vueltas a las cuentas de la crisis. O sobresaltados por esas típicas malas noticias que nunca cuenta Navarra Confidencial.
Las fiestas de los pueblos ya no son lo que eran, claro está. Todo degenera cuando degeneran los encargados de hacerlo todo. Pero seamos optimistas ¡caramba! Si no se contara con ese espacio de tolerancia y generosidad que es una fiesa popular ¿cuando podrían desplegar su icurriña algunos cansinos de aquí y de allá? ¿cómo celebrarían el inexorable paso iniciático ritual nuestros jóvenes guerreros ? ¿en qué otro momento habría una verdadera hermandad entre generaciones? ¿en qué otro escenario quedarían más patentes esas sutiles y armoniosas diferencias con las que Dios quiso hacernos a unos navarros, y navarras a otras? ¿y de qué iban a vivir los empresarios del tiropichón? ¡Que vivan pues San Fermín otra vez, y la Virgen de la Asunción, y todos los santos!
Jerónimo Erro