El mito del buen rojo

Rojillos. La roja. El uno de mayo. Carrillo como si fuera Mandela. Miguel Hernandez canonizado. Concierto de Barón Rojo en Pamplona. Cuba y Venezuela, paraísos. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? El muro de Berlín cayó hace la tira de años y todavía se nos pega como una sombra el mito del buen rojo, bueno por naturaleza. ¿Cuántos Katin, cuántos Paracuellos, cuántos Pol-pot harían falta para desterrar de una vez ese casposo estereotipo? Tampoco es que abunden fuera de la rojería los ejemplos de santidad radical pero alguno habrá, digo yo. ¿Por qué seguimos todavía identificado intelectual con izquierdista, o «comprometido» con militante rojeras? ¿Qué clase de gafas nos han puesto para, en nombre de la justicia absoluta, ser tan injustos en el juicio general de las cosas públicas?

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Las gafas d eno pensar, don Jerónimo. No pensar. Vivir de clichés, de estampitas, de etiquetas, que usamos mucho los españoles. No pensar, que piensen otros. Mejor insultar, escupir, indignarse… cuando nos cabreamos nos sentimos seguros_: ya tenemos a un enemigo delante, un sujeto que podemos eliminar (mentalmente), y lo que nos diga no nos inquietará, porque proviene del mal mismo.

    Para el de «izquierdas», en el otro que naturalmente es de derechas, o en la íntimidad «un facha» es un sujeto que solo tiene como interés explotar, enriquecerse y dar el pelotazo. Para la derecha, los de «izquierda» solo quieren destruir a la familia, aterrorizar por la violencia revolucionaria, corromper a los jóvenes, incautarse del estado (de eso acusó Cicerón a Catilina, que no era más facineroso que Cesar, don Julio… pero así se escribe la Historia).

    O abandonamos esa «facilidad» para explicar el mundo desde axiomas semejantes, o estamos abocados a repètir nuestra historia (lo estamos haciendo ya).

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