El partido socialista, esa pequeña empresa de burgueses especialista en el marketing electoral y la manipulación mediática, está pasando horas bajas pero no tanto. Para desgracia nuestra se trata de una maquinaria bien incrustada en el sistema, aferrada a los engranajes de la partitocracia, que se pega como una lapa a todo cargo público que pilla.
Nueve escaños en Navarra son muchísimos y demuestran, además de su pericia marketinera, lo que son las inercias electorales y el papel de los sentimientos en las bases de cada partido. Llegados a este punto UPN se encuentra con el dilema de qué hacer con el PSOE, cómo tratar a esa cuadrilla de obreros bien trajeados que, nadie sabe cómo, ha conseguido situarse de hecho en el centro y epicentro político de Navarra. En este momento la amenaza de formar un gobierno alternatiBo heptapartito (PSOE/PSN-ARALAR-PNV-BATASUNA-EA-IU-BATZARRE) suena más lejana que nunca. No parece que esa caja de grillos pudiera contentar a la inmensa mayoría de los votantes socialistas. No estamos ante el mismo dilema que agotaba los nervios de Fernando Puras.
¿Hasta qué punto necesita pues UPN tender la mano al PSOE? La única baza de presión que realmente tiene Roberto Jiménez es decir que no a todo. Y ya se sabe que si todos -menos UPN y tal vez el PP- insisten en decir que NO a Yolanda Barcina forzarían el ir a unas nuevas elecciones. La «culpa» sería, evidentemente, de todos los anti-barcina pero ¿sabrían explicar esto los de UPN y evitar aparecer como los malos de la película?
El problema de UPN es que hace mucho tiempo que han perdido el miedo al socialismo, de hecho hay quien piensa que se les han contagiado unos cuantos tics socialistas. Para esos upeneros socialistizados la única línea roja de su vida es «que no vengan los vascos». Y si para ello hay que pactar con el diablo, se pacta. El PSOE no es el diablo, pero maldita la gracia que tendría que a estas alturas, después del desastre del zapaterismo, solo quedaran consejeros socialistas en Extremadura y Navarra. Eso si que sería un buen castigo a nuestra soberbia.