Eso que no se si por galicismo llamamos tráfico y que en realidad es el transporte de personas, causa en España el 40% de los accidentes laborales mortales. Y además contaminación, y pérdida de tiempo, y malos humores, y problemas familiares, y derroche económico, y estrés, y hasta psicosis terrorista. Creo que podemos estar de acuerdo en que sería mejor que cada cual viviese más cerca de donde trabaja. Porque está claro que si continuamos con la tendencia actual, una mala copia del “american way of life”, no haremos sino condenarnos a una vida de permanente trashumancia automóvil. Cada vez más desarraigada. Cada vez más superficial. Quizás sea este uno más de los síntomas de que estamos viendo el final de la civilización tal como la conocemos. Es interesante recordar que nuestra cultura, la misma idea de historia, comienza oficialmente cuando nuestros tatarabuelos se hicieron sedentarios, allá por el neolítico. Fue entonces cuando empezaron a brotar las raíces que todavía nos alimentan. Cuando nacieron la escritura, la agricultura y las ciudades.
Ahora están apareciendo como hongos otra clase de ciudades: la del transporte, la de la carne, la agroalimentaria, la ciudad del ocio, la ciudad comercial, la ciudad sanitaria, la ciudad dormitorio, la ciudad universitaria… Les llaman y parecen ciudades pero no lo son. Porque de forma aislada no ofrecen a la gente la posibilidad de una vida plena sino solo trozos de vida. Porque estos pedazos de cultura, interconectados por una estupenda red de carreteras, nos obligan a vivir como el cangrejo ermitaño, con el coche convertido en una especie de vivienda móvil sin la cual nos quedaríamos indefensos e incompletos.
Lo único que podría volver a redimensionar -a humanizar- la situación sería una política de largo alcance. Ambiciosa en el tiempo y más bien rácana en el espacio. Una filosofía urbanística y del desarrollo que fuera capaz de armonizar conceptos novedosos como el teletrabajo, el teleocio y la teleasistencia con esa viejísima mentalidad comunitarista “de pueblo” o “de barrio” que hasta hace poco hacía posible que la gente se muriese feliz en Pamplona incluso sin haber visto nunca el mar. Los políticos actuales difícilmente saben mirar más allá del pequeño horizonte de los cuatro años que dura cada legislatura. Por eso, si queremos reinventar el sedentarismo aunque solo sea para reducir los accidentes “in itinere” tendremos que ayudarles entre todos.
Jerónimo Erro