"Bah, sólo es un trapo", dicen los ácratas internacionalistas. Pero no. Resulta que las banderas, los colores, los emblemas siguen siendo importantes. Porque representan las cosas que nos unen, nuestro pueblo, familia, amigos, pasado, paisajes… y también las que unen a otros, mi partido, mi ideología, mi territorio… No es indiferente que en lo más alto ondee uno u otro diseño. Si en un pueblo de Navarra nos ponen a la sombra de una tela que recuerda la "union jack" es porque, de alguna forma, alguien quiere escenificar que en ese punto está triunfando el nacionalismo vasquista. Si en una manifestación del primero de mayo florecen las banderas españolas-republicanas es seguramente porque a sus portadores les interesa más una ideología etérea que la realidad triste del paro; o puede que tal vez no se den cuenta de que cuando llegue su tercera república seguirá habiendo cuatro millones de parados… mas la familia de don Juan Carlos.
¡Cómo les gustan a algunos las banderas y los mapas! Con ellos juegan a la política creyéndose Napoleón. Con ellos hacen vu-dú político en contra de la historia y la realidad. Como si primero fuera la voluntad y luego la realidad histórico-geofráfica. En este mundo de marcas, logos y siglas sería importante no tocar las banderas, ni las fronteras, ni la toponimia, a no ser que hubiera un clamor popular espontáneo que lo pidiera a gritos. Porque las banderas son al fin y al cabo como las murallas de una ciudad antigua o como la pared de casa. Nos limitan al marcar nuestro radio de acción, pero hacen al mismo tiempo que lo tengamos todo mucho más ordenado.
Jerónimo Erro