Habría que añadir al proverbio popular, que tampoco hay peor desprecio por la verdad que vivir en y para la mentira, como se deduce de las declaraciones de esta ministra que, una vez más, basa toda su argumentación de apoyo al aborto en la falacia de que no puede someterse a criterios religiosos ni a opiniones extremas para evitar la muerte de los no nacidos.
En otras palabras, de nada parecen valer los avances científicos de las últimas décadas sobre los comienzos de la vida, cuando chocan con la ideología laicista del “progreso” que consiste, según dejó bien claro la misma ministra, en reconocer como un “derecho” la decisión de abortar por parte de la mujer embarazada. De ahí que afirmara, en una muestra más de su cerrazón mental, que si bien estaba de acuerdo con algunos planteamientos de los defensores de la vida sobre la necesidad de modificar la actual ley, no puede aceptar el fundamental, es decir, el mantenimiento de la gestación, con la peregrina idea de que eso significa un “regreso” mientras ella está por el “progreso”.