Somos más proclives a reconocer la grandeza cuando ésta nos falta. Por algún motivo, el hombre guarda un absurdo pudor por el reconocimiento del bien que otros pueden hacer en nuestras vidas. Pero cuando falta, quizás porque la consciencia de la pérdida es siempre mayor a la de la posesión, nos falta tiempo para reconocer el valor de quién se ha ido. Esto nos ha ocurrido a muchos un frío lunes de febrero en el que fuimos conscientes de que D. Miguel Lluc no volvería a sonreír mientras te preguntaba ¿Cómo va tu vida con Dios, espero que «A toupe»? Y no, D. Miguel, muchas veces más que «a toupe» ha ido «de penoute», pero como usted decía, me volveré a echar unas risas frente a Dios y lo intentaré de nuevo.
En una sociedad que frecuentemente se ríe sin Dios, con una autosuficiencia barata, D. Miguel nos animaba a reírnos con Dios. Alguna vez le escuché decir que en la vida había tres palabras clave: no-pasa-nada. Y no podía tener más razón.
En una sociedad donde los curas parece que sólo salen en las páginas de sucesos, hoy muchas personas recuerdan a un sacerdote que ayudó a mirar a la Iglesia con una sonrisa.
Hasta la eternidad, D. Miguel, que ésa seguro que la vivirá usted «a toupe»