En su análisis de lo ocurrido durante la hecatombe de los años treinta, en la que 7.500 religiosos y religiosas fueron asesinados en España, lleva a la necesidad de ahondar en las raíces ideológicas de los totalitarismos que, de modo sistemático, pretendieron forzar la felicidad del ser humano, erradicando la presencia de la fe y la conciencia en la vida pública. Para la Iglesia católica, sin embargo, lo que ahora importa con las beatificaciones del próximo día 28 en Roma, es dar un renovado impulso a la vida de fe y de esperanza, tomando conciencia de que ser cristiano consiste en ser testigo de Cristo hasta las últimas consecuencias. Eso fue lo que hicieron aquellos cristianos fusilados que supieron morir perdonando a sus verdugos. Es obvio que la propia Iglesia, al reconocer estas virtudes, no solo ha perdonado, sino que por ningún concepto pretende generar la menor crispación porque tiene plenamente asumida la historia. Lo cual no significa que, como ciudadanos, los cristianos callemos ante la falsedad y la manipulación del pasado.