Aunque España no ha tenido un régimen propiamente democrático hasta el siglo XIX, conviene recordar que los españoles de todos los reinos siempre fueron muy celosos de sus derechos y libertades frente al poder. ¿Se imagina lo que habría ocurrido incluso en la Edad Media si un rey que hubiese convocado Cortes hubiese prohibido hablar en ellas a un procurador? ¿Se imaginan que habría pasado si Jaume I hubiese negado la palabra a un noble catalán o al Justicia de Aragón? ¿O si Alfonso VI hubiese prohibido hablar al Cid? ¿O si Carlos I, en lugar de denegar las peticiones de los Comuneros después de oírlas se hubiese negado incluso a escucharlas? Nuestros antepasados se habrían levantado como un solo hombre, la rebelión habría sido general y es muy probable que el rey hubiese acabado depuesto. Pues bien, hoy, que teóricamente vivimos en una democracia, el jefe del gobierno niega a los diputados su derecho a presentar y defender propuestas (no importa cuales) en las Cortes y parece que no pasa nada, ni siquiera en las encuestas. ¿Es que la sangre de nuestros antepasados se ha convertido en horchata con el correr del tiempo?
