Ha sido un lujo de Arzobispo, un regalo para esta diócesis y no sólo por su reconocida talla intelectual sino creo que sobre todo porque en él todo el pueblo navarro ha tenido un verdadero padre que daba ejemplo de coherencia y de fe en los momentos buenos y en los no tan buenos.
Es hora de decirle adiós y así lo estamos todos haciendo: los sacerdotes, los religiosos, los ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes, los consagrados…. en fin todas las familias que de una u otra manera nos hemos sentido siempre reconfortados con su oración y su presencia.
Se lo decimos con pena, pero también con el gozo de saber que la herencia que nos deja es mucha y que cada cual como hijo se cogerá de ella lo que más quiera. Yo también lo hago: me quedo con sus referencias a la dignidad de la mujer y en concreto con su valoración de la maternidad y su papel fundamental como vínculo de unión en la familia y en la sociedad.
Y me quedo también con algo que gracias a don Fernando Sebastián aprendí: que las madres, como los sacerdotes siempre deben estar disponibles y por eso sé que don Fernando se queda para siempre.