A propósito de la carta de doña Josefa Romo, sobre la eutanasia.

Yo creo, con todo respeto, que el tenor de la carta no considera totalmente todas las caras del problema vital sobre la vida y la muerte de cada uno. Está claro que ud. es contraria a las prácticas eutanásicas hitlerianas y totalitarias (por cierto, que las ideas eugenésicas encontraron respaldo legal e incluso jurisprudencial en países tan fuera de sospecha como los EEUU, legislación que no fue completamente derogada en ese país -para mí ejemplar en muchas cosas- hasta 1961, según creo).

En lógica esto es una falacia muy curiosa que han llamado "reductio ad Hitlerum", y consiste en que, si demostramos que Hitler tomaba té verde, hacemos a quien le guste la bebida (así sea un Papa) en hijo de ese satán.

Vamos a ver: los horrores del nazismo no los va a discutir nadie. La pérdida de la moral tradicional tampoco. Me apresuro a indicarle que coincido con Ud. en la perniciosa desmoralización y la desorientacion de la sociedad, y que esa pérdida de armadura moral nos está afectando y nos deja peligrosamente expuestos a la poderosa maquinaria de los estados y de otras "personas jurídicas" sin corazón, sin alma, que nos convierten en meros números.

Pero creo que eso es parte de otro debate: el de los fundamentos morales de la sociedad. Un debate que no hay que eludir. Ojalá la sociedad quisiera afrontarlo alguna vez, en vez de esperar que otros les digan lo que estña bien y lo que está mal, sea una Iglesia, sea un partido, sea una ideología política, o papaíto estado.

Pero si entre Ud y yo, que somos mayorcitos, y iniciamos un debate serio sobre el derecho a morir de cada cual, aunque coincincidiremos en el valor único de la vida humana, en la proteccón debida a su persona individual, al final llegamos a una cuestión que cada uno tiene que resolver conforme a su conciencia personal, y es si su vida está sometida a su voluntad, o le viene impuesta, en cualquier circunstancia. En el terreno de los principios, generalmente está todo claro. El problema se aprecia en los bordes, en los extremos de la vida. ¿La vida del concebido tiene el mismo valor en la semana primera que en la 39? ¿la vida tiene el mismo valor para un recién nacido que para un anciano nonagenario? 

La respuesta que yo suscribiría es la misma que Ud: el mismo valor. Ambas son vidas humanas, con dignidad sagrada (no digamos si se es creyente), que hay que respetar, proteger a todo trance. Muy bien: ¿pero qué ocurre cuando hay un conflicto que pone en juego dos valores de la misma importancia?

En el caso de la vida concebida (para mis sagrada) ¿qué pasa si pone en grave peligro la vida de la madre (para mí sagrada)? Hay que optar. A mí las soluciones providencialistas (Dios verá) no me valen, ni tampoco las fatalistas (los dos al hoyo). O defendemos la vida de la madre o la del concebido. No hay término medio. Hay que optar haciendo un ejercicio de responsabilidad, por el mal menor.

Pero la opción es de los padres, de la madre que tiene que elegir entre su vida sin su hijo, o el riesgo fatal de que perecer con él. Y hay que confiar en el criterio personal de la madre. Al final no podemos meternos en su conciencia, y menos, condenarla a pena de prisión por ello.

Por tanto, hay que autorizar el aborto en ciertos casos, con límites legales, confiando en el sentido común y el sentido moral de las personas (el problema es que mal vamos encaminados, cuando identificamos lo legal con lo que es bueno).

En el caso de la eutanasia, tengo que decir lo mismo: Permitame que no comparta la id ea antigua del "valle de lágrimas", idea perniciosa que ha dado lugar muchos siglos de sometimiento ante la injusticia más clamorosa. En el momento en que una persona que esté en uso de sus facultades mentales, y esté afecta por una enfermedad grave y sin curación posible, el es, si así lo quiere, Señor de su vida y su muerte. lo que no resulta ético, en mi opinión, es condenar a vivir en condiciones dificilísimas, una agonía muy prolongada a una persona que está cansada y no tiene más energía para vivir. El no creyente y el creyente tienen que respetar esta opción. En el primer caso, no hay otro dueño de la vida., en el segundo, el Juicio definitivo pertenece a Otro.

Ese es el problema, no la eliminación hiitleriana de los débiles e indefensos. Por supuesto que el ejercicio de esta facultad de terminar con la propia vida se puede viciar por el estado, y por los familiares. (el derecho a testar también, y le aseguro que ocurrirá). Por eso hay que ponerlo fuera del ámbito de poder del estado (por ejemplo, sometiendolo a pronunciamiento judicial, no administrativo) en el que de forma seria (no como en el caso del aborto, que es un escándalo y una vergüenza) porque hay que proteger la vida. Pero ello no puede suponer prohibirlo a todos en todo caso. Menos so pretexto de consideraciones religiosas, que el efectado puede no compartir. 

Es preciso sentar las bases morales y jurídicas del hecho. Pero el hcho mismo está ahí; es parte del obrar humano, de su discurrir por la vida (no se si en progreso), pero aparece, no libre de fantasmas, como una parte irrenunciable de la dignidad misma de la persona humana.

Cordialmente.

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