Hace unos 15 años volaba de posición a Valencia desde Barajas en uno de aquellos ATR72-500 que operaban la ruta. Como suele ser habitual, embarqué el último y tras saludar a la tripulación me senté en el único asiento que quedaba libre, en clase Turista. Mi compañero de asiento resultó ser D. Luis Valls-Taberner, entonces presidente del Banco Popular.

 

Todavía conservo el cuaderno de viaje de aquel año (conservo todos), y este mediodía al llegar a casa he releído las notas que tomé de aquella conversación de casi una hora y media. Sin duda una de las mejores y más gratas compañías con las que me ha tocado volar. Tres cosas tengo subrayadas en aquellas páginas, que sin duda, hoy, después de la noticia con la que nos hemos desayunado sobre Caja Navarra, conviene repasar.

 

– «Don Luis, y siendo el Popular el banco más rentable del mundo ¿cómo no lo hace el más grande?, como el Santander». «Mire amigo, para dirigir el Santander hay que ser Botín. Yo sé lo que sé. No todo el mundo vale para todo, aunque todo el mundo vale para algo. Si fuera Botín, tendría el Santander».

 

Es muy posible que en Caja Navarra, durante unos cuantos años, se creyeran Botín. Y pensaran que una «humilde-pero-rentabilísima-Caja-de-provincias» -creada para eso, por cierto- podría llegar a ocupar un rascacielos en Park Ave, entre las calles 53 y 57. Uno lee las declaraciones de los miembros del Consejo durante los últimos años, cuando más les llovían las críticas, y NADA han hecho mal. Todo ha sido positivo. Todo ha sido bueno. Lo mejor para la Caja, y lo mejor para Navarra. Pero de tan bueno que era todo, la Caja ya no está.

 

Don Luis me enseñó en aquellos 75 minutos que no me olvidara nunca de hacerme a mí mismo una autocrítica permanente. Que nunca estuviera conforme con las cosas. Que pensara que siempre se pueden hacer mejor. Que me fijara en mis errores (en lo personal y en lo profesional) y que sobre ellos edificara mi mejora. Quizá por eso, él publicaba todos los años -para estas fechas, desde 1977 hasta 2006- su «Repertorio de Temas». Una publicación en la que contaba todos los errores, imprudencias, descuidos y tropelías que se habían producido en el banco. Era, me dijo, un ejercicio anual brutal de autocrítica, auditoría, transparencia e higiene interna. La excelencia no es incompatible con los errores, sino que se consigue corrigiendo estos.

 

Nadie en Carlos III quiso ver esto. Eran perfectos.

 

– «Don Luis, ahora que vamos a aterrizar, deme un último consejo para mi vida personal y profesional». «No te olvides de ser bueno. Sin hablar de ello. Cuando alguien me habla de ética me echo la mano a la cartera porque pienso que me la va a robar». De la ética, la bondad, la santidad o el civismo, no se habla. Se practica. «Y si alguna vez vas a hacer algo malo, no te olvides que algún día alguien te hará pagar por ello, pero sobre todo no te olvides, que tú cargarás con eso toda la vida«.

 

Supongo que nadie investigará por qué teníamos una Caja y ahora ya no la tenemos (mientras nuestros vecinos del País Vasco siguen teniéndola, y los de Aragón siguen teniéndola). Supongo que aquí hay demasiados miedos a contar cosas “en voz alta”. Esto es pequeño y nos conocemos todos. Supongo que es más cómodo seguir avanzando hacia el hoyo 8 que meterse en bunkers arenosos de los que a uno le costará salir. Supongo que no sabremos si alguien cometió algún error, si alguien no supo gestionarla, si alguien primó otros intereses más personales y menos corporativos… En definitiva, supongo que no sabremos lo que pasó en la Caja. Hay demasiada política allí emponzoñada. Y cuando te acercas a la política te das cuenta que todos tienen algo que «contar» como empieces a «cantar».

 

Pero a mí me queda un consuelo. Por muy poca vergüenza que os quede, cada vez que vosotros, que os sentabais en la mesa redonda del consejo de la Caja paséis junto al local donde hubo una oficina de la CAN, sentiréis una presión en vuestro corazón, vuestra cara se pondrá roja, y tendréis que apartar la vista, molestos de ver algo que vosotros dirigíais, algo de lo que llevabais pan a vuestra casa y que ya no está. Los pañuelicos o las crucecitas de la Caja, las llevaréis clavadas en vuestras espaldas de por vida. Y de vez en cuando os cruzaréis por la calle, por nuestras calles, con algunos de nosotros, con algunos de aquellos a los que les prometisteis que «el futuro pasaba por Recoletos, vente!» y era todo un bluf!, con aquellos a los que les dijisteis que la Caja tenía futuro y que hoy donde estaba su mesa de trabajo hay un chino vendiendo tangas rojos de fantasía para la Nochevieja.

 

El avión aterrizó en Manises y mientras la jardinera nos acercaba a la terminal le agradecí enormemente el tiempo que me había dedicado. Supongo que para un hombre tan ocupado como él, que un piloto, vecino de asiento, «le fastidiara el viaje» con sus chismes sería lo peor. Y me dejó una última perla: «Me gusta hablar con la gente más joven. Casi todos contagian. Hay gente con la que pasas una hora y te das cuenta que la has perdido. Hay gente con la que pasas 10 minutos y te das cuenta que los has ganado».

 

Pues eso, que con ninguno de los personajes que salen en toda esta vergonzosa historia para la Caja y para todos los navarros querría pasar yo ni 10 minutos.

No os merecéis mucho más que la indiferencia de todos los que nos consideramos navarros. ¡Menudo ejemplo estáis dando!.

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CLAVES EN OPINIÓN

Un comentario

  1. Me remito a lo escrito en su blog, por el que le felicito y donde me encontrara siempre que tenga tiempo.
    Ademas ilustrarlo con el video ha sido edificante. Asi podemos conocer a los proceres que nos han llevado a la desaparicion de la CAN

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