TOLERANCIA Blanca de Agramont -sin duda una mujer cabal- nos deleitaba el pasado 3 de octubre con su opinión sobre lo “Políticamente Incorrecto”, pidiendo -con razón- reciprocidad a los fieles de religiones no cristianas que se instalan sin problemas en nuestro país, o ante el manido fenómeno de Euskadi y la instrumentalización de Euskal TV. En un párrafo nos decía: “Quizá la opinión pública navarra, emboscada en la comodidad y la cobardía, haya dejado solos a los políticos en un asunto que es de todos y que a todos nos incumbe. Quizá es que a la gente le importa más el que dirán y el adaptarse al ambiente que el defender sus valores formando parte de la opinión pública. Y lo que nosotros no somos capaces de hacer, no podemos delegarlo en unos políticos que se guían, justamente, por la opinión pública, porque así es la democracia”. Puestos a matizar, entiendo que la tolerancia supera con mucho el talante democrático. La democracia, los políticos que la sirven, pueden no incordiar en este tema -con leyes como la del velo- pero no resolver el fondo de la cuestión. Recordemos: el relativismo es el nuevo y verdadero rostro de la intolerancia. Quien no es relativista parecería que es alguien intolerante; alguien que pretende defender una Verdad, cuando para el relativismo la Verdad no existe. Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto ya como algo intolerante. Pero en realidad, esta exclusión de la verdad es un tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida humana al subjetivismo. De este modo, en las cosas esenciales ya no tendremos una visión común. Cada uno podría y debería decidir como puede. Perdemos así los fundamentos éticos de nuestra vida común, estaríamos aceptando el laicismo socialista o comunista. En el contexto del mundo de hoy, con su relativismo, con una oposición profunda a toda fe, se ha convertido en un eslógan de una enorme repercusión rechazar como simultáneamente simplistas y arrogantes a todos aquellos a los cuales se puede acusar de creer que «poseen» la verdad. Los relativistas, según parece, no son capaces de dialogar y por consiguiente no se les puede tomar en serio, pues la verdad -para ellos- no la «posee» nadie. Sólo podemos estar en busca de la verdad. Pero, ¿de qué búsqueda se trata aquí, si no se puede llegar nunca a la meta?. ¿Busca realmente, o es que no quiere hallar la verdad, porque lo que va a hallar no debe existir? Naturalmente la verdad no puede ser una posesión, ante ella debo tener siempre una humilde aceptación, del conocimiento como un regalo, del que no soy digno, del que no puedo vanagloriarme como si fuera un logro mío. Si se me ha concedido la verdad, la debo considerar como una responsabilidad, que supone también un servicio para los demás. No hay más tolerancia que la magnanimidad de corazón: corazón grande para aceptar a todos; también a los que no poseen la Verdad. Sólo así se hace inteligible el encargo misionero cristiano, que no puede significar un colonialismo espiritual, una sumisión de los demás a mi cultura y a mis ideas. «La verdad no puede ni debe tener ninguna otra arma que a sí misma». La verdadera arrogancia intolerante consiste en globalizar; que la Europa unida debe ser sólo algo económico o político. La verdad es que necesita unos fundamentos espirituales. Europa ha crecido sobre el cristianismo, que sigue siendo el criterio de los valores fundamentales de este continente, que a su vez ha dado luz a otros continentes, como nos recordaba J.P.II.