Así es, si así os parece

Contemplar el panorama que se dibuja en este año de múltiples elecciones siembra intranquilidad porque se produce en una España que da muestras de haber dejado de creer en sí y, en caso afirmativo, corre el peligro de perder su propio ser. No es alarmismo, es lo que se intuye al apreciar que nosotros, los ciudadanos, hemos perdido los valores positivos y universales de la tradición española tras habernos apartado paulatinamente de ellos por la incidencia de una rara mezcolanza de doctrinas liberales, credos socialistas, amagos anarquistas y bobos progresismos.

Durante veinte siglos el camino de España, con sus baches, sus socavones y sus hundimientos, no tenía pérdida posible. Las cosas podían ir mejor o peor, contentar o disgustar, admitirse o rechazarse, pero no nos habíamos salido de la senda. Ahora parece que andamos pensando en cambiar de vía sin reparar en que se corre el peligro cierto de acabar en el abismo. La única manera de evitar extraviarse está en el perfeccionamiento; esto es, en sintonía con los económicos, restaurar y hacer progresar los valores del espíritu a través de la educación. Es esta la única manera porque un hombre culto no puede ni sabe vivir de espaldas a la Historia y, atendiendo a la nuestra, veremos que ha sido un ejemplo de raíz cristiana, unidad moral, fortaleza y creatividad, dando frutos como la disciplina, el esfuerzo, la prudencia y la sensatez.

El extravío está llamando a la puerta porque, además de la deficiente educación recibida en los últimos cincuenta años, se ha llegado al siglo XXI con el pueblo cabreado por efecto de una durísima crisis económica, ver en sus dirigentes que el servicio lo han convertido en privilegio, apreciar que la política se ha convertido en un feudo donde abundan unos señoritos a los que se ha perdido el respeto y no hacen nada para restaurar el abandono moral que impera por todas partes, el nihilismo que todo lo invade y la general abdicación de las virtudes humanas, tan antiguas como necesarias.

El colmo de todo esto es ver que nadie levanta la voz para recordar que la historia, la prudencia y el patriotismo es lo que siempre ha dado vida al tradicionalismo español, un tradicionalismo que desde hace doscientos años hasta nuestros días no ha pretendido más que asentar, para el bien todos, la universalidad de sus ideas. La cultura del mundo no puede apoyarse únicamente en el trípode formado por la economía, la técnica y la biología. La cultura del mundo requiere además cuatro patas para mantenerse. Se llaman reflexión, espiritualidad, orden y esfuerzo. Curiosamente, ese es el cañamazo sobre el que está tejido el tradicionalismo. Quiera verse o no, el tradicionalismo español es la clave para ver que la salvación no está en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe. Y lo que se debe ―hoy, sobre todo, más que nunca― es escuchar la palabra del Espíritu, y fundar el derecho y las instituciones sociales y políticas en los juristas, los teólogos, la objetividad del bien común y las lecciones de la Historia.

Utilizando el título que Luigi Pirandello empleó para la farsa filosófica donde trata el tema de la verdad contrastando realidad y apariencia, “Así es, si así os parece”. Lo malo es no reparar en que la situación actual, parezca admisible o no, así es como nos lleva al desastre… si Dios ―y el sentido común de los ciudadanos― no lo remedia.

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