¿Por qué hemos de considerar el aborto y la eutanasia como un «exterminio»?

Como bien dijera hace unos años Viktor Orbán, con motivo del aniversario de independencia de Hungría, se da el problema de que la verdad está proscrita. De hecho, ya sabemos que lo está por culpa de fuerzas furibundas, que necesitan hacer todo lo posible, aunque sea por las malas, para contrarrestar lo que la fuerza de la naturaleza, espontáneamente ordenada, marca.

Es por ello bastante normal que se nos acuse de querer buscar «polémica» innecesaria a la hora de comunicar, de trasladar nuestro mensaje, de exponer nuestra cosmovisión. Que se pretenda desafiar una imposición no sustentada por sí misma de una «verdad oficial», lógicamente, ha de resultar molesto. No olvidemos que estamos afrontando una crisis relativista con tintes totalitarios.

Pero básicamente, lo que buscamos es tener nuestra conciencia tranquila, defender el Bien con libertad, valentía y honestidad. Por ello, creo que no hay problema en saber muy bien cómo trasladar aquello en lo que pensamos, máxime cuando tenemos el deber moral de denunciar las distintas perversiones y atrocidades que son incluso intrínsecas a la subversión de la que podemos dar testimonio.

Un ejemplo es el caso del aborto (denominado eufemísticamente como «interrupción voluntaria del embarazo») junto al de la eutanasia (manifestada por sus defensores activos y pasivos como un acto deliberado en el que una persona quiere poner fin a su vida terrenal, en el ejercicio de su libertad o, para «sufrir menos»).

Se nos dice que cuando hablamos de exterminio estamos «pasándonos de frenada» dado que «se trata de un caso individual» (según dicen) o porque estamos jugando con la interpretación más habitual, que suele referirse a los episodios del Holocausto nazi, la masacre de Paracuellos y el Holodomor soviético, en los que se acabó con la vida de multitudes de personas.

Pero no es nuestra intención «frivolizar con tal de llamar la atención». Más bien, tenemos motivos fundados para defender esta tesis. Insisto en que estamos siendo testigos de lo que Benedicto XVI denominó «crisis del relativismo», víctimas del avance revolucionario, que de una u otra forma no deja de ser una pulsión del Mal.

De hecho, en este caso concreto, incurrir en cualquier clase de omisión puede interpretarse como un acto de complicidad en la inclinación permisiva de lo que no deja de ser un asesinato contra personas que si bien han nacido ya (estando fuera del vientre materno) están enfermas, tienen avanzada edad o sufren alguna clase de discapacidad. De todos modos, discutiré más ahora.

Un dramático choque entre el bien y el mal

Evangelium Vitae, una de las encíclicas publicadas por San Juan Pablo II, la cual se centra en la defensa reivindicativa de la santidad de la vida humana, se expone, entre otras cosas, lo que se puede leer a continuación:

[…] Este horizonte de luces y sombras debe hacernos a todos plenamente conscientes de que estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida». Estamos no sólo «ante», sino necesariamente «en medio» de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida.

También para nosotros resuena clara y fuerte la invitación a Moisés: «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia…; te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia» (Dt 30, 15.19). Es una invitación válida también para nosotros, llamados cada día a tener que decidir entre la «cultura de la vida» y la «cultura de la muerte».

[…] En semejante contexto es cada vez más fuerte la tentación de la eutanasia, esto es, adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin «dulcemente» a la propia vida o a la de otros. En realidad, lo que podría parecer lógico y humano, al considerarlo en profundidad se presenta absurdo e inhumano. Estamos aquí ante uno de los síntomas más alarmantes de la «cultura de la muerte», que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar, caracterizadas por una mentalidad eficientista que presenta el creciente número de personas ancianas y debilitadas como algo demasiado gravoso e insoportable. Muy a menudo, éstas se ven aisladas por la familia y la sociedad, organizadas casi exclusivamente sobre la base de criterios de eficiencia productiva, según los cuales una vida irremediablemente inhábil no tiene ya valor alguno. […]

Los fragmentos previamente expuestos nos pueden ayudar a comprender que el desarrollo de las culturas malévolas que es intrínseco a la Revolución es una oleada que tiene como componentes aquellos puntos de tendencia a menospreciar múltiples vidas humanas. Esto en general no es nada nuevo.

La Revolución, cuya base fue la Reforma protestante, siempre se ha caracterizado por la siniestralidad, por la crueldad y por la humillación. Mejor dicho, basta recordar que la ideología que la define, el socialismo (en cualquiera de sus modalidades) es una ideología criminal y siempre, siempre perversa.

Siempre ha habido lesiones contra la dignidad humana (no solo en los tiempos de la Vendée así como tampoco, en exclusiva, en entornos más relacionados con el comunismo y con el nacional-socialismo). De hecho, la actual crisis secularista (que reafirma una idea inicial de ejercer oposición a Dios) fomenta la falta de criterio moral en la sociedad (no hay guía, no hay creencia en el más allá).

De hecho, el actual modelo del Bienestar del Estado, muchas veces presentado como lobo con piel de cordero, tiende a fomentar unos potentes contravalores que han rematado la originaria pretensión de erosión de la soberanía social, destruyendo las familias o, al menos, debilitándolas. Hablamos del hedonismo, el cortoplacismo y la irresponsabilidad.

Pero no es ya, como se puede inferir, que se trate de una mera opinión personal minoritaria. Existe una oleada que pretende culminar la imposición de la negación constante, bajo un estricto utilitarismo amoral. De hecho, para ese Estado que tiene un trasfondo demoníaco, nuestra dignidad se ve reducida a dígitos sujetos a la monitorización, al monopolio exclusivo de la violencia.

Además, aparte de que no son pocos los niños asesinados en el vientre materno en España, existe todo un entramado socialista y corporativista, en el que influyen bastante ciertos medios de agit-prop y grupos de presión, para imponer el desprecio a la vida humana, para intimidar, censurar, acosar y perseguir al que defiende el derecho natural y la Ley de Dios.

Incluso hay que recordar que existen otras labores de ingeniería social (otra modalidad de socialismo, sí) basadas en el adoctrinamiento de las masas y la opinión pública, que pretenden cosificar al bebé y considerar al nacido no sano o no joven como una carga, como algo completamente desechable (concepción estrictamente material, frívola, carente de empatía).

Con lo cual, nadie exagera en los calificativos. De hecho, hay que recordar que se está vulnerando el juramento hipocrático, puesto que el propósito de la Medicina no es arrebatar vidas humanas, sino salvarlas, ayudando a aliviar el dolor y el sufrimiento. Tampoco tiene lógica alguna considerar que el progreso no solo se pueda planificar, sino que se base en la destrucción.

Así que, para finalizar, reiterémonos en que tiene sentido considerar que el aborto y la eutanasia son exterminios, como actos propios de la cultura de la muerte que son. Y no, no olvidemos siquiera que la «nueva izquierda» no es menos criminal que otras fases revolucionarias pretéritas por culpa de estos actos, entre otras cosas.

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