¿Por qué el caos nunca se desprende del socialismo?

El socialismo (insisto, en cualquiera de sus modalidades, pues puede manifestarse dentro de una escala de distintos grados) es algo ya bastante conocido en tanto que sabemos cómo funciona, es decir, cuál ha de ser su procedercontrol o planificación centralizada de un conjunto de tipos muy diversos.

Da igual que se trate de meros medios de producción como de unidades de ahorro monetario o de mentes humanas. El caso es tener algo sobre lo cual ejercer un control que siempre trata de demarcar la realidad a los designios de los responsables de ese ejercicio.

Esto da, a su vez, sentido a la concepción del estatismo, sin la cual es imposible que cualquier idea de socialismo pueda ser realizable, al menos, en el intento. En otras palabras, el socialismo solo es posible por medio del llamado «Estado moderno».

No obstante, humilde y honestamente, tengo la impresión de que muchas veces «no es muy bien concebido» ese fenómeno tanto social como consecuente e implícitamente psíquico que siempre está ligado a él, tanto en la llamada como en la consecuencia.

La desestabilización es necesaria para intentar justificar el corespondiente corte de medidas

Entendemos que el socialismo, como el propio desarrollo progresivo del estatismo, se basa en una especie de contraorden, en tanto que se procura actuar siempre en contra de un orden natural que no es ateo, pero sí espontáneo.

Del mismo modo que se pretende reemplazar la consecución de la Verdad por una «verdad oficial» cuyo alcance no sea libre, se pretende moldear el funcionamiento y composición de la sociedad (obvia y claramente, destruyéndola) en base a criterios arbitrarios, ideológicos.

El comportamiento humano también entra en juego (hablemos de reacciones conductuales como algo a incluir). Es necesario que las personas no puedan ejercer de contrapeso frente al claramente omnívodo Leviatán.

La sociedad necesita estar, por un lado, altamente atomizada. No les conviene a los escépticos del orden que el individuo, aparte de ser responsable, pueda sentirse amparado, en primera instancia, por su familia (clave para el florecimiento de la sociedad), si no es en otros cuerpos intermedios.

En relación a ello, también estiman altamente conveniente que el individuo no pueda creer en algo, sobre todo, si puede responder al más allá, a cierta trascendencia. Por esto mismo la religión es un escollo para los totalitarios.

Pero nada se queda ahí, ni siquiera en cuestiones como la crisis de valores derivada en hedonismo y cortoplacismo, infundada por el llamado Bienestar del Estado. Que la persona esté lo suficientemente desesperada puede ser clave para facilitar su «adhesión» a la Artificial Providencia.

Por ello mismo, sobre todo, cuanta mayor desinformación haya, más fácil será que ante una situación desbordada, uno pueda creer en los falsos «cantos de sirena» de una ideología que realmente se sustenta en los pecados capitales.

Pensando en el cortísimo plazo, uno puede acabar avalando, por ejemplo, un secuestro políticoun expolio fiscal de mayor magnituduna expropiación o algún que otro acto de censura. Puede creer que así podrá librarse de la miseria, de la insalubridad o de cualquier otra «amenaza».

Para poner de manifiesto esa «necesidad», se puede actuar con distintos medios, tanto en la calle como en la prensa y en la red de redes. Por ejemplo, mediante el adoctrinamiento, el terrorismo informativo o los disturbios callejeros.

Y ojo, que en ocasiones puede haber mayorías silenciosas en su contra. Pero, desgraciada y ciertamente, por cada intimidación que consiguen, más probable puede resultar la consecución de su objetivo. La miedosa callada por respuesta es un gran favor que se les hace. El que calla otorga, como bien saben.

Ir contra la fuerza de la naturaleza no suele salir bien

Tampoco en lo que se puede considerar como más estrictamente social suele salir bien cualquier propósito proyectado de contraorden. En este caso no hablamos de no guardar respeto ante las inclemencias fluviales, sino de las distorsiones que causan el control y la planificación estatal.

En materia económica, en tanto que el mercado es un mecanismo de interacción social, ordenadamente espontáneo, para satisfacer necesidades y otras preferencias, se da el problema del cálculo económico del que economistas austriacos como Mises ya dieron testimonio.

Así, pues es lógico, por ejemplo, que los controles de precios se deriven en escasez, que la expansión artificial crediticia sea una especie de impuesto oculto, que los subsidios distorsionen la demanda y que la rigidez laboral incremente el desempleo y la precariedad.

Es más, tanto dentro como fuera de lo que es estrictamente más económico, suele darse lo que, en términos más sencillos, puede interpretarse como el hecho de que buena parte del objetivo se les va de las manos, dado que siempre tendrán complicado hacerlo con éxito.

Entran en juego también las vulneraciones a la libertad de la circulación bajo el «pretexto sanitario». Incluso las predicciones de comportamientos que pueden serles más factibles con la Inteligencia Artificial y el Big Data. Solo podrán conseguir establecer la amenaza a la privacidad.

De hecho, por otro lado, es lógico, con independencia absoluta del diagnóstico, es lógico que por mero desorden o como consecuencia malévola de sus políticas, por lo menos, uno pueda agonizar o desesperarse, sintiendo alguna necesidad de desahogarse.

Una vez dicho todo esto, quizá convenga resumir de modo que nos podamos reiterar en que la planificación centralizada no puede acarrear nada distinto al desorden y al perjuicio. Da igual que hablemos de alteraciones en detrimento de nuestra vida, nuestra libertad y nuestra seguridad.

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