La sociedad cada vez avanza más deprisa, esto es debido, sin lugar a dudas, a las mejoras tecnológicas. Estas nos están permitiendo poder vivir más conectados. En la actualidad, somos capaces en cuestión de segundos de poder intercambiar una multitud de información que hace cien años tardarían semanas. Aunque aparentemente esto es algo que ha servido para hacer grandes avances en diferentes ámbitos, desde la medicina hasta cualquier sector empresarial, esto necesariamente no tiene por qué ser siempre bueno.
El origen de las universidades en la Edad Media fue gracias a las instituciones educativas cristianas. En ellas, pese a que la función principal era la enseñanza, también eran lugares donde “el debate” se usaba como una herramienta para poder instruir a los alumnos. Siete siglos después, la universidad ya no es lugar para el debate, este se ha trasladado a las redes sociales.
Uno de los grandes inconvenientes de las redes sociales es que hay que ser muy virtuoso para poder encontrar esos “hilos” entre economistas, juristas… para poder aprender sobre la materia. Esto ocurre debido a que en dichas plataformas se han convertido en un lugar donde el odio campa a sus anchas.
En lo que respecta a los debates políticos, las redes sociales nos muestran lo que considero uno de los grandes problemas de nuestra sociedad, y no es otro que la idolatría al político de turno, sea del partido que sea. En el siglo V, San Agustín de Hipona ya definía la idolatría como una forma de superstición y esta como “todo aquello que los hombres han instituido para hacer y adorar a los ídolos, o para dar culto a una criatura o parte de ella, como si fuera Dios”.
En nuestro país al igual que puedes nacer y morir de un mismo equipo de fútbol, por ejemplo, hacen lo mismo con el partido político. ¿Qué problema genera el tratar al mismo nivel de idolatría a un equipo de fútbol que un partido político? Pues no es otro que el primero tan solo sirve como distracción en nuestra vida cotidiana, mientras que el segundo tiene en sus manos nuestro futuro mediante medidas coercitivas.
Idolatrar a un partido político hace que dejemos de ser objetivos con sus actuaciones y pasemos a tener la visión que el partido quiere que tengamos, esto es un problema más grave del que podríamos imaginar. Durante toda la historia, los políticos se han encargado de hacer ver a la sociedad de que, sin sus servicios, caeríamos en un caos total, en el cual viviríamos en una sociedad incivilizada, sin carreteras, ni hospitales ni si quiera un colegio donde poder formarnos.
Este adoctrinamiento les ha servido para que, pese a los innumerables casos de corrupción, pésimo nivel intelectual de los propios políticos, deficiencias en los servicios proporcionados por el sector público, etc., la sociedad siga pensando que estos deben ser los encargados de dirigir nuestras vidas. El Estado ha conseguido a través de siglos hacer creer a la población de que su único fin es la búsqueda de ese famoso “bien común”, y claro, ¿quién se va a negar al “bien común”?
Uno de los ejemplos más claro que tenemos en nuestras propia Constitución es el artículo 33. Este trata sobre la propiedad privada y cito textualmente: “La función social de estos derechos delimitará su contenido, de acuerdo con las leyes”. Como explicábamos anteriormente ¿Quién se puede resistir a algo “social”? Es decir, nuestros derechos están a expensas de lo que un burócrata decida en cada momento.
Artículo 33.3 (CE) expone: “Nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social”. Es decir, tan solo tenemos el usufructo de nuestra propiedad, el Estado bajo una “causa justificada” tiene la autoridad de expropiarnos nuestros bienes y derechos.
Es asombroso como la sociedad ha ido cediendo libertad año tras año a unos burócratas que no son más que un colectivo dispuesto al crimen si es necesario por tal de perpetuar su poder. Es hora de que la sociedad luche por la libertad que les pertenece. Las discusiones deben de dejar de ser si el PP es mejor o peor que el PSOE. El debate es entre individuo contra Estado, y en esta batalla somos más, pero no se podrá ganar hasta que la gente despierte de esta pesadilla.