Leer capítulo anterior
El Espíritu Santo, Señor, tuvo un detalle muy bello contigo. Impulsó a una mujer, a una hija del pueblo, para que te mostrara un gesto de cariño. Intrépida, sin guiarse nada más que por su corazón atravesó el cordón de esbirros que te conducían y limpió tu rostro con un paño. No le importó que fueras un reo ni las acusaciones ni las pretendidas maldades por las que te condenaban. Su corazón te sintió inocente, se vio limpia al pasar tú delante de ella y quiso agradecértelo con ese gesto de ternura.
Señor, yo quiero quererte, quiero limpiarte pero no me atrevo a romper el cordón de los que se burlan y no creen en ti. Me dejo arrastrar por el ambiente de incredulidad que me rodea. No soy capaz de hacer el signo de la cruz delante de otros, no me atrevo a hacer el ridículo por ti. Dejo pasar muchos cristos a mi lado sin que les atienda con un gesto de cariño. Imprimiste tu rostro en el paño de Verónica y, sobre todo, en su alma. Cuántos cristos vemos caminar hacia las ucis y entubamientos por esta pandemia sin poder reaccionar ante su destino, forzados por duros confinamientos. Que, al menos, Señor, demos testimonio de que creemos en tu misericordia como juez de vivos y muertos.