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Expiraste, Señor, tu último vigor diciendo: “Todo está terminado; todo ha sido cumplido”. En ese tu postrer aliento se derramó sobre el mundo el Espíritu Santo. El demonio que, hasta hace un segundo, se sentía vencedor, huyó aterrado; muchos muertos resucitaron como signo de vida; el velo del templo se rasgó y todo lo antiguo caducó. Tu muerte empujó a todo lo que se estaba cayendo.
Qué orgullo, Señor, para todos nosotros, qué agradecidos a tu muerte. En ese tu postrer aliento se derramó sobre el mundo el Espíritu Santo. Es verdad, se disiparon los miedos. El diablo que se creía vencedor huyó aterrado. Yo te entrego el sufrimiento de muchos. Te entrego a los más de cien mil cadáveres que han muerto solo en España. Resucitarán contigo. De momento, a los que aún vivimos nos queda el gozo de tu triunfo. Gracias porque en mi alma ya está vencida la pandemia. No me cuesta, Señor, verte atacado tú también por este Covid 19. Tú te hiciste pecado y con tu maldición hemos sido bendecidos todos. Gracias por siempre, Señor. Te damos gracias por el cosmos entero porque con tu muerte se engendró una nueva creación, unos cielos nuevos y una tierra nueva. Después de la epidemia los disfrutaremos mucho más conscientemente.