Con los últimos resultados de las elecciones en el Ecuador, queda claro que el proyecto político, si alguna vez existió alguno, de Guillermo Lasso y de su empresa electoral, el Movimiento CREO, no solo está enterrado, sino que con su colapso, se demuestra de forma práctica lo que el académico estadounidense Patrick Deneen escribió proféticamente en Why Liberalism Failed: el liberalismo fracasa porque triunfa.
Las similitudes entre el caso norteamericano, y sus análogos en la Hispanósfera, desde España hasta Ecuador, no son aparentes, y por el contrario, parecen surgir de procesos orgánicos propios, en los que la propia tradición hispano-católica rechaza la incorporación de ideas ajenas a su espíritu político, diferente del individualismo atomista de sustrato anglo-protestante.
Las circunstancias son igualmente distintas, y por ejemplo, en los Estados Unidos el colapso del liberalismo se da en medio de un conflicto entre instituciones cooptadas por el progresismo, en sus vectores de género, raza y diversidad sexual, usando el enorme aparato burocrático-administrativo del Estado y de las megacorporaciones, y una sociedad civil reducida, pero reorganizada dentro de líneas nacionalistas, populistas y cristianas, usando instituciones remanentes, como tanques de pensamiento, grupos d litigación estratégica, nuevas instituciones educativas, y en última instancia, el internet, para continuar con la lucha.
En la Hispanósfera, por otra parte, el liberalismo apenas parece tener cierta presencia reducida entre la institucionalidad formal, que si no la relega a planos secundarios, tanto a nivel parlamentario como académico, la usa como objeto de burla incesante, ya que el liberal hispano, aparte de ser profundamente pedante, es enormemente ignorante de la historia y cultura política de su región.
Entre España y el Nuevo Mundo, los liberales contemporáneos han actuado como resagos del viejo anticomunismo norteamericano, promoviendo un abstracto economicismo de mercado, muchas veces tan absolutista que degenera en relativista moral, y una política exterior contradictoriamente hipócrita, en la que ni la soberanía nacional, ni la identidad ni la tradiciones locales son reconocidas en su libertad, ya que el único modelo que importa es el de la implantación global de la democracia liberal que proponen los neoconservadores.
Pero de vuelta al rotundo fracaso del sucesor espiritual de Mauricio Macri y Sebastián Piñera, el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso, la frase de Patrick Deneen se torna no solo descriptiva, sino la triste realización de un destino inevitable que invariablemente conduce al poder a los enemigos del orden, la libertad y la civilización.
Para Guillermo Lasso, dos años de gobierno no fueron suficientes para implantar su proyecto de país, porque desde un principio debía haber sido obvio que probablemente nunca lo tuvo. Su elección fue una ilusión, una visión falsa en la desesperación de un pueblo que creyó que escogiendo el mal menor podría cambiar de curso en su malograda historia reciente.
Mientras que en Estados Unidos, el colapso del liberalismo se estaría dando a nivel profundo de sus instituciones, con una degeneración del concepto de libertades individuales en imposiciones de trastornos a nivel local y de una agenda de homogeneidad global a nivel internacional, todo aquello facilitado por la capacidad ejecutiva de su Leviatán administrativo, en el Ecuador, el fracaso del liberalismo se da por la absoluta incapacidad del proyecto liberal de adecuarse a una realidad dónde caudillo, lealtad y territorio siguen siendo principios incuestionables.
Para España, la catástrofe del liberalismo se da de forma menos espectacular, con sus pocas instituciones abiertamente abanderadas de esta doctrina desapareciendo de la vista pública, suponiendo así que un final se acerca, uno que no contempla ya las degeneraciones que han sido toleradas en nombre de la libertad, especialmente aquellas que corrompen la dignidad humana (una lección que talvez no aprendieron en Ciudadanos y que no quieren aprender en el Instituto Juan de Mariana).
Lo triste del caso hispanoamericano es que los liberales siguen ensimismados en su mentira, creyendo que pueden replicar las “victorias” del Partido Demócrata Libre teutón, que como beneficiario terciario de la coalición de izquierdas que ahora gobierna en Alemania, cuando apenas tienen presencia real en la política y en la sociedad civil, que si no los rechaza como elementos foráneos, los minimiza por su nula seriedad.
Aquí cabe destacar lo que Gustavo Bueno decía sobre la Hispanósfera, que es sociológicamente católica, y sobre los aportes que ha dado la Escuela de Oviedo a comprender este asunto desde el materialismo filosófico: la concepción de la libertad en nuestra región no puede ser privada, no puede ser meramente transaccional y económica.
Para el hispano-católico, la libertad es una cuestión pública, en la misma medida que la fe es una cuestión pública, ya que ambas dependen de una institucionalidad comunitaria, de ritos, de grupos, de jerarquías orgánicas que se ordenan frente a sus espacios humanos.
A diferencia del pensamiento anglo-protestante, dónde la relación misma con la divinidad se concibe desde el fuero interno y el entorno privado, el mundo hispano-católico se proyecta en sus esferas de soberanía social, que tradicionalmente solían ser la base de la sociedad.
Sin embargo, desde los múltiples retornos a la democracia y transiciones ocurridas en España e Hispanoamérica durante el final de la guerra fría, la incorporación de la cultura norteamericana a las formas locales con su liberalismo intrínseco, ha ido minando las bases orgánicas de la sociedad civil, al punto que muchos de los problemas que se reflejan entre ambos lados del Océano terminan siendo problemas derivados de la expansión atlantista del colapso liberal.
Talvez en eso se reflejan personajes como Joe Biden y Guillermo Lasso, en ser líderes sin mayor carisma, a la cabeza de administraciones que bien podrían prescindir de ellos, además de demostrar una desconexión fuerte entre lo que habrían de ser en sus creencias, es decir, católicos, y sus proyectos, liberales, en ambas acepciones, y sobre todo, progresistas, el uno abiertamente, el otro de forma solapada.
O alternativamente, en eso se reflejan intelectuales como Paco Capella y Aparicio Caicedo, que bebiendo únicamente de una versión reducida a la parte económica de una doctrina que es rica en fuentes, e incluso no del todo incompatible con las formas políticas clásicas y traditionales, promueven solamente los errores y desorientan a muchos jóvenes acerca de lo que podría ser, enfocado de mejor forma, y sin el triste y deshonroso apelativo de liberal, una sana doctrina republicana y constitucional en un marco de prosperidad general en libertad.
Es así que llegar tan lejos, al punto de convertirse en la primera potencia mundial, o de al menos revertir electoralmente una tendencia al socialismo en casi 15 años solo puede terminar en malos resultados, porque es en la decadencia dónde se refleja lo liberal.