A veces es complicado determinar en España si el eje político es derecha e izquierda o cordura y chifladura. Por momentos parece llegado el punto en que la izquierda puede decir cualquier cosa y su ventana de Overton es infinita. Nada de lo que propone la izquierda les resulta escandaloso o rechazable a sus electores. La izquierda por tanto no tiene límites internos. Como puede decir cualquier cosa, una vez difuminadas las fronteras entre lo sensato y lo insensato las eminencias de la izquierda pueden ser básicamente cualquiera. Irene Montero o Sara Santaolalla, por poner dos ejemplos. De este modo, había autónomos hasta este momento que, sin saber muy bien por qué, se sentían maltratados por el gobierno, pero esperaban más tarde o más temprano una tregua. Pues bien, estaban equivocados.
El gobierno no quiere solamente apretar más o menos las tuercas a los autónomos, dificultar su labor o exprimirlos hasta el límite pero sin matarlos. Por el contrario, acabar con los autónomos es ya un objetivo político declarado. Ni siquiera se trata de que las políticas del gobierno puedan tener como efecto secundario acabar sin querer con los autónomos. Acabar con los autónomos es un efecto primario y deseado, deliberadamente buscado por el gobierno. A menos autónomos, mejor país. El autónomo es una figura a extinguir, como el empresario. Sólo sin autónomos y empresarios puede prosperar un país.
El autónomo por consiguiente no puede esperar una tregua con este gobierno. El límite a la hostilidad del gobierno es cesar en la actividad como autónomo. En España hay casi 3,5 millones de autónomos, aunque su peso en la economía cae de manera constante. A favor del gobierno hay que decir que los autónomos se extinguen de una forma bastante sumisa y discreta. Con un poco de suerte para el gobierno puede que incluso muchos de los autónomos a los que trata de extinguir le sigan votando.
Otra figura a extinguir es la de los constructores. Irene Montero ha aprendido tres palabras en inglés para explicar en Europa que el problema de la vivienda es que hay demasiadas casas. Se construye demasiado. En la cabeza de la mujer de Pablo Iglesias la subida de los precios de las casas y los alquileres se explica por el exceso de oferta. Cuantas menos casas, más baratas. Lo escaso es barato, por eso un Goya Original cuesta mucho menos que las reproducciones. Irene Montero no sólo es una experta jurista cuyo conocimiento ha dado momentos de gloria al derecho penal aplicado a los violadores, también lo sabe todo sobre vivienda. De hecho tiene unas cuantas en patrimonio.
Si el problema de la vivienda es que hay demasiadas, lo que a lo mejor tendría que proponer Irene Montero es destruir unos cuantos cientos de miles de viviendas. Por lo menos tendría que advertirle de este problema a su colega, Pedro Sánchez, que promete y promete construir cientos de miles de viviendas. Menos que al final no construye ni una. Por supuesto para solucionar el problema de la vivienda y bajar los precios habría que destruir cientos de miles de viviendas en vez de construirlas, sólo un fascista podría no verlo. Ahora bien, no habría que destruirlas así al tuntún de cualquier manera. Habría que dinamitar las casas empezando por las zonas más tensionadas, las zonas donde hay más demanda y los precios son más elevados. Irene Montero podría empezar por pegar fuego a dos de sus pisos para ir dando ejemplo.
¿Pero quién puede seguir siendo comunista a estas alturas de la historia y pensar que el comunismo funciona? Ojo, no pensar que el capitalismo no tiene problemas sino pensar que el comunismo funciona. ¿Qué clase de especimen puede seguir creyendo en el comunismo y viajar a Venezuela y a Cuba a tomar apuntes sobre cómo gestionar la economía? El ejemplo es Irene Montero. Ya puestos, ¿para qué ser autónomos pudiendo ser eurodiputados? Ampliemos el número de eurodiputados a 450 millones. De este modo la representación política sería directa y todos podríamos cobrar 130.000 euros al año. A fin de cuentas sería complicado ir a Bruselas a decir cosas más disparatadas de las que dice Montero.
