Llegados ya, pobres de nosotros, al 14 de julio, un año más cabe hacer balance y preguntarse por el presente y futuro de la Fiesta.

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Como todos los años, los Sanfermines presentan una faceta oscura, caracterizada por la politización, la suciedad, las reyertas, las agresiones sexuales y el alcohol.

Sólo lo anterior, sin embargo, no sería un retrato justo de los Sanfermines. Los Sanfermines están llenos de momentos alegres, sanos, familiares, confraternizadores, espirituales y luminosos.

Esto también son los Sanfermines. Es más, es que lo otro no son los Sanfermines, sino cosas que suceden en los Sanfermines, o que se han ido adhiriendo parasitariamente a los Sanfermines, pervirtiéndolos, desfigurándolos. Es fácil manchar la imagen de toda una ciudad con sólo una pancarta o la viralización de una pelea. Lamentablemente la primera imagen de los Sanfermines, la erróna, la parasitaria, la excrecencia adherida, es la que a menudo se come injustamente a los Sanfermines.

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Llegados a este momento, a punto de terminar las Fiestas, cabría recordar la fábula de los dos lobos. El lobo blanco y el lobo negro. Todos tenemos en nuestro interior, como los Sanfermines, dos lobos que luchan para imponerse sobre el otro. Uno representa la violencia, el miedo, el egoísmo, la tristeza, el vicio, el odio… y otro representa la generosidad, la nobleza, la alegría, el respeto, el amor… ¿Quién ganará la lucha?, le pregunta un niño a su abuelo en la fábula, ¿el lobo blanco o el negro? El que tú alimentes, le responde el abuelo.

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¿Qué Sanfermines queremos? ¿A cuál de los dos lobos estamos alimentando?

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